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Raza, clase y género
Afrodescendientes
cubanos
Rolando Tudela Iribar
Ex preso político y sindicalista
independiente
Guantánamo, Cuba
C
uba de los cubanos y para los
cubanos. Esta frase sería
bastante genuina para cualquier
forastero que desconozca la verdad tras
bambalinas de la vida en la Isla y
consuma la realidad que ha vendido y
continúa vendiendo el gobierno.
Cada logro de la revolución se cimienta
sobre toneladas de escombros que se
vierten encima de toda acusación contra
el régimen dictatorial perpetuado por
más medio siglo. Y junto a los logros
como la salud pública, con su sabida
gratuidad y solidaridad, así como otros
tantos en la educación, el deporte, la
cultura y el bienestar social, se maneja
como esencial la igualdad.
Desde los inicios del gobierno
revolucionario
se
indicaron
innumerables beneficios en el plano de
la igualdad racial, como el acceso igual
a los estudios para todos, sin importar el
color de la piel. La discriminación racial
no tenía cabida en la sociedad socialista,
que avanzaba hacia el comunismo, y
todo pareció funcionar muy bien hasta
que salió a relucir que algo andaba por
mal camino, por ejemplo: que la
mayoría de la población carcelaria era
afrodescendiente. Solo que los agentes
del
cuerpo
represivo
en
los
establecimientos penitenciarios eran
también
mayoritariamente
afrodescendientes. Así, todo parece tan
claro y a la vez oscuro.
Está claro que de este modo el gobierno
daba la imagen edulcorada de inclusión
de la raza negra en todas las esferas,
pero está muy oscuro el deseo de
cotidiano. Así, lo falso se convierte en
verdadero, la solidaridad es ordenanza y
el capitalismo es malo e inhumano.
El problema sociocultural radica en que
no se encuentra sentido en los vacíos
existenciales. La acción disfuncional del
comprometerla y culparla de la
violencia en ambos lados de las rejas
para lavar la cara discriminatoria del
régimen.
No es casual que las cosas no sean
como divulgan los medios de
comunicación oficialistas. Se predica
igualdad étnica, pero el discurso político
no coincide con las estadísticas de la
cruda realidad visible en el abismo
racial de los barrios marginales.
Si algo anda mal no es el color de la piel
ni las raíces genealógicas, sino la
situación social en los planos cultural,
político y económico, que exige análisis
ético y moral. No importan ni el color
de la piel ni el origen humilde o
acaudalado; solo debe importarnos la
verdad y el bien, el amor al prójimo.
¿Por qué no es así y cuál sería la
solución?
Ante todo, el problema socioeconómico
influye notablemente, ya que los barrios
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