nadie le dio la oportunidad de volver a trabajar en su especialidad. Simplemente se lo negaron y eso lo tiene aún en dudas. Abrumado y desesperado, se aferró a un pequeño conuco de tierra que le cedió su abuelo y que con mucho sacrificio cultiva sin descansar. Al principio tuvo que romper dura maleza a machete limpio y poco a poco creó su pequeña finca. Empezó a cultivar algunas viandas y hortalizas, que fueron dándole algo de dinero para sustentar a su familia. Expandió su parcela librándola de la mala hierba y el marabú, pero se dio cuenta de que
necesitaba medios de trabajo. Con préstamo de un amigo se compró una yunta de buey, un arado y un rastrillo. Así principió a abrirse espacio entre la tierra, hacerla producir de manera más intensa y percibir sus frutos. En el mismo campo vende sus productos a carretilleros que siguen a venderlas en la ciudad. Las cosechas no son muy abundantes, pero alcanzan para subsistir en estos tiempos tan difíciles, donde y cuando llevar un plato a la mesa es casi un tormento.
Ya camino a su finca, montados en su carreta, abrió su coraza de campesino y me dijo que no hubiera querido ser lo que es porque, como todo ser humano, tenía sueños. No es que estuviera descontento, pero hubiera preferido ser otra cosa antes que campesino, aunque no lo vea mal ni nada por el estilo. Al contrario, piensa que serlo lo enorgullece y hace mejor persona, pero al preguntarle si lo que prefería era andar en las computadoras, me contestó sonriendo que tampoco. Con intenso brillo en sus ojos me dijo:“ Hubiese querido ser un humorista famoso; eso sí me llenaría de gratitud”. Y me cuenta que sus antecedentes como artista aficionado en carnavales, otras fiestas populares, cabarés y otros centros nocturnos, que marcaron eso que siente hoy. Junto a su amigo Iván Echevarría formó el dúo humorista aficionado " La guadaña ", algo que siempre disfrutó. Con palabras
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