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El deterioro de las relaciones entre
la policía y la comunidad, la evidencia de perfiles raciales en el comportamiento de los agentes y la persistencia de las brechas por causa de
raza en las puntuaciones de exámenes de los estudiantes no demuestran gran progreso en nuestros esfuerzos por construir comunidades
más cohesionadas y equitativas. A
medida que consideramos cómo podemos avanzar, en EE. UU. y otros
países, hay que tener en cuenta el
vínculo natural entre compromiso y
raza, así como la asignatura pendiente de la participación del público en el debate sobre la raza. Con el
fin de unir a la gente en todo tipo de
problemas, hay que reconocer las diferencias entre las personas, valorar
todas las culturas y grupos, dar a la
gente la sensación de que sus experiencias pasadas con la discriminación y los prejuicios serán rectificadas o al menos no se repetirán.
A su vez es difícil avanzar en cuestiones de raza sin atraer a diversas
personas a la mesa. Ambos empeños: mejorar la participación e incrementar la comprensión intercultural, se complementan y probablemente se requieren uno al otro. Entretanto, la búsqueda de involucrar a
los ciudadanos en el debate de la raza o de cualquier otro tema exige
pensar en el largo plazo y no sólo al
filo de la decisión o la crisis del
momento. ¿Cómo participará la gente en la toma de decisiones públicas
y en la solución de problemas en
ámbitos oficiales e informales?
¿Cómo deben interactuar a diario
los ciudadanos y servidores públicos? ¿Cómo esas interacciones podrían reducir la discriminación, celebrar la diversidad, y corregir las
desigualdades? En fin, ¿qué tipo de
democracia queremos?
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