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Revolución( o a Fidel Castro, si es que hay alguna diferencia) iban a bastarle menos de tres años para declarar, el 4 de febrero de 1962, que estaba suprimida“ la discriminación por motivo de raza o sexo” 3. Y la humanidad al completo, necesitada de finales felices, parecía creerlo. Luego de eso, el silencio 4. Esa sería una versión de los hechos.
La otra versión Más que suprimir el racismo, la Revolución Cubana lo revolucionó. Engendró, por así decirlo, un racismo revolucionario. Mientras el racismo tradicional hace todo lo posible por conservar y justificar las desigualdades sociales, económicas y políticas, el racismo“ revolucionario” se empeñaría en eliminar todo modo obvio de discriminación para prohibir a continuación toda referencia crítica a la discriminación racial o de la raza en general, como no sea una referencia folklórica. Así lo reconoce el profesor Alejandro de la Fuente:“ Si los actos abiertamente racistas era juzgados como contrarrevolucionarios, cualquier intento por debatir públicamente las limitaciones de la integración cubana era considerado igualmente como obra del enemigo” 5. Y así fue. Todas las sociedades“ negras” fueron clausuradas junto con las sociedades“ blancas”. La represión automática y sin atenuantes contra intelectuales negros críticos de la política racial de la Revolución, como Walterio Carbonell y Carlos Moore, no fue precisamente un aliciente para crear asociaciones de perfil racial más o menos autónomo. Nada de lo ocurrido en aquellos años induce a pensar que un Partido Independiente de Color como el fundado en 1908 y aplastado en 1912 habría provocado en el Gobierno Revolucionario una reacción distinta a la del presidente José Miguel Gómez. De manera que a las“ minorías” hasta entonces discriminadas no les quedó otra opción que delegar su capacidad de reclamo en la vanguardia“ revolucionaria”, depender de su bondad y grado de empatía para con sus problemas. Aunque no compartiera con el racismo tradicional el discurso público sobre la inferioridad manifiesta de la minoría, el racismo revolucionario coincidiría con aquel en que tal minoría no podía ni debía decidir por sí misma lo que le convenía o no hacer. A pesar de las declaraciones públicas de igualdad, la Revolución parecía sugerir implícitamente que, en cuestiones de autonomía y autoconciencia social, tales minorías eran decididamente ineptas. Se puede objetar, no sin razón, que esta visión del racismo revolucionario no se caracteriza por reconocer autonomía y autoconciencia social a nadie más que así que a la mencionada“ vanguardia revolucionaria”. Si se trataba de libertad de expresión, asociación y crítica, todos los componentes de las denominadas masas están igualmente limitados por su puntillosa suspicacia. Así se llega al punto de que la coerción y ejercicio represivo del régimen cubano es indiscriminado e igualitario. Tal igualdad en la represión sería cierta si no fuese porque, en el caso de la población afrocubana, pesara la obligación adicional de agradecer la infinita generosidad de la Revolución Cubana, como si restituirles derechos inalienables en un acto de pura justicia fuera una concesión exagerada, como si en el fondo se considerara inferior esta parte de la población. De manera que, a partir de concedida tan inmerecida igualdad, la Revolución exigirá no solo la cesión absoluta de su capacidad de expresar y defender sus reclamos particulares, sino también incansable devoción y eterno agradecimiento. Es aquí donde el racismo revolucionario, a diferencia del tradicional, sí hace una distinción entre las personas de la raza negra: la distinción entre negros útiles y negros imperdonables. Útiles como todas las figuras negras que, tras una demostrada obediencia, son exhibidas de manera más simbólica que real como legítimos representantes de la Revolución. Serían los casos de Juan Almeida en los albores de la Revolución y Esteban Lazo en la
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