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misiones para desertar o venden sus casas para poner sus destinos en manos de traficantes, o salen como expresos políticos desterrados o por elección. Todos son el pulso palpable de un país convertido en estación de paso. La guerra tan anunciada contra el enemigo imperialista nunca llegó, el futuro comunista prometido, tampoco. El presente fustiga con las mismas carencias y precios más altos. Se rehace por iniciativa individual con el reciclaje del pasado: autos de antes del 59 pululan en un anacronismo que fascina a los turistas, en el mercado inmobiliario las casas son más caras que las construidas antes del 59, familias enteras se sostienen por puntuales remesas. Los emblemáticos personajes de Disney, orgullosa insignia del Cinecito, sustituidos en un acto de nacionalismo por fotogramas de animados cubanos, reaparecen en la publicidad estatal o privada, en accesorios de fiesta, mochilas y prendas infantiles. El muro de más de medio siglo no tuvo que ser derribado, como en Berlín, sino que cayó en un segundo porque estaba hecho de mentiras y chistes. El acontecimiento en marcha. Yasser Castellanos Después de la visita de John Kerry, niños, jóvenes, adultos ostentan —en un acto de desafío o presunción revertida— la otrora bandera prohibida en camisetas y gorras, en suvenires flameantes colgados en autos, bicitaxis y hasta carretas de caballos, así como en fondos de pantalla de los teléfonos móviles. Los cuentapropistas levantan tarimas con ropas importadas de Miami, con DVDs piratas en los cuales prevalecen ofertas de producción norteamericana. Los restaurantes remedan ese aire de libertad económica, esa prosperidad tan largamente añorada. Como sentenciaba un amigo, ahora, igual que antes, el sueño cubano es poder aspirar al sueño americano. 86