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occiso. Gritaron con indignación:
¡Asesinos, asesinos! Para aplacar esta
situación atípica, los uniformados
condujeron el cuerpo sin vida para el
hospital. Lo velaron en casa y a la hora
del entierro lo cargaron nuevamente en
hombros hasta el cementerio, gritando las
mismas imprecaciones. Tanto en el
velorio como en el cortejo fúnebre,
fotógrafos de la Seguridad del Estado
captaron todo detalle con sus cámaras. Ni
la policía ni los agentes secretos
intervinieron. Vinieron a actuar días
después con la prueba contundente de las
fotos. Todo aquel captado por el lente
gubernamental gritando y acusando a las
autoridades fue a prisión. Nunca se supo
con exactitud el número de sancionados,
pero sí que las sanciones llegaron hasta
10 años de privación de libertad. Y nadie
habló por ellos. A estas alturas todos los
cubanos están luchando, cada cual en su
frente. Cantantes, cineastas y creadores
hablan del respeto al derecho de autor, se
manifiestan públicamente contra la
piratería —incluso del propio régimen
con productos extranjeros— y reclaman
el pago justo por sus esfuerzos y trabajo.
Se apuesta por la liberalización de parte
de los medios de comunicación y los
comentaristas piden a gritos el
profesionalismo como única salvación del
deporte. Otra preocupación que molesta a
los gobernantes es la naciente corriente
neoliberal tras la tímida apertura
económica. Aunque sin ninguna garantía
de mercado mayorista y con la represión
desatada en su contra, el sector privado ha
contribuido a la mejora gradual de la
economía. Además, la fuerte influencia
que desde siempre ha ejercido sobre la
población cubana tanto la sociedad como
el gobierno norteamericano, vino a
reforzarse con el restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre Cuba y EE.
UU.
El ex ministro de las fuerzas armadas,
devenido presidente, usa esta coyuntura
inteligentemente para calmar los ánimos
del pueblo, que no aguanta más la
interminable crisis económica. Si
computamos todas las protestas en todos
estos años, opositoras y no opositoras,
daríamos con una buena cifra, pero hay
que reconocer que nunca han tenido
organización. Nunca han tenido una
cabeza visible ni la suficiente fuerza
como para seguirla más y más.
Aunque parezca un disco rayado, desde
siempre hemos necesitado alguien que
sepa unir toda la fuerza opositora para
guiarla efectivamente y lograr el objetivo
final: el derrocamiento del régimen de
corte stalinista que nos ha azotado desde
su entrada al poder por la fuerza en 1959.
Comparar la situación nuestra con Europa
del Este es inapropiado. A diferencia de
las naciones del antiguo campo socialista,
que carecían del liderazgo histórico y
tenían un sistema importado e impuesto
por la URSS, la oposición sí tuvo allí
líderes bien plantados y con mucho
pueblo. En nuestro país necesitamos
fortalecer el liderazgo en la oposición
para hacerla más efectiva ante el
gobierno, que aún manipula a su antojo
en plano nacional e internacional y cuenta
incluso con el apoyo de algunas naciones
del mundo libre, las cuales —por muchas
razones— descaradamente le hacen
juego. El señor Fidel Castro pasó de
satélite soviético a matriz del sistema en
la región latinoamericana, fabricando
líderes e implantando su modelo de
gobierno. Nada, que hemos tenido la
desdicha de que nos tocara uno de los
dictadores más eficientes que ha conocido
la humanidad.
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