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El callejón termina con un salón de belleza que constituye un museo vivo, una escuela donde se aprende el oficio de forma gratuita. Antes de participar en varios eventos nacionales e internacionales sobre Patrimonio, entre otras cosas, Papito comenzó con un sillón, los instrumentos de peluquería y un sueño: “Primero que nada, dignificar el oficio de la peluquería, y después, compartirlo, porque sino compartes, no hiciste nada”. Treinta años atrás, Papito no tenía idea de que terminaría siendo un apasionado de este oficio. “Era muy mal estudiante. Le di muchos dolores de cabeza a mi padre. Decidí trabajar, y a los 17 años empecé un curso de barbería por embullo. Salí con la pasión del oficio en las venas, gracias al profesor Francisco Burton y el director, Evelio Lecurt. Pasé de ser pésimo estudiante a realizar un oficio que me ha permitido vivir dignamente”. ¿Y la peluquería? “Llegué casi por casualidad. Desde un inicio, trabajé junto a un salón de belleza. Empezaron a llamarme la atención las cosas que se les hacían a las mujeres. Luego tuve la oportunidad de trabajar en el primer salón unisex que hubo en Cuba, el Salón Nuevo Estilo, en la calle Refugio. Fue alrededor de 1987 o 1988. Antes, las peluquerías estaban separadas de las barberías. Incluso en aquel salón éramos dos barberos y dos peluqueras. Eso ha ido pasando por un proceso social y psicológico. Antes, un hombre no se atrevía a darse secador en el pelo; ahora se tiñen el pelo y se sacan las cejas”. Pero en los años ochenta… “Cuando le dije a mi padre que quería ser barbero, me quiso matar; si llego a decirle que quería ser peluquero, me hubiera matado. Enfrenté muchos prejuicios. Fui borrándolos de la cabeza de mi padre. Los tabúes muchas veces son heredados”. Papito trabajó por mucho tiempo en el sector estatal. Comenzó en el barrio de Jesús María y terminó en el Hotel Habana Libre. En 1999, decidió trabajar por cuenta propia. “Creo que fui de los primeros peluqueros en pasar del sector estatal al privado. Ese año fundé el proyecto Arte Corte, que parte de tres puntos importantes: el arte, la historia y el oficio. Comencé con un proyecto económico, que era un salón de belleza, y un sueño, que era dignificar el oficio de la peluquería. Hasta ahora, el proyecto económico me ayuda a sostener el sueño”. En un principio, las acciones no eran en el barrio Santo Ángel, sino en toda la capital. Llegaron a movimiento nacional. Se juntó un grupo de peluqueros para viajar a otras provincias y crear un movimiento cultural dentro de la peluquería. “Nos costeábamos los viajes, pero hay que ser justos: encontramos mucho apoyo en las instituciones. El Centro Nacional de Cultura, dirigido entonces por Fernando Rojas, nos apoyó muchísimo. Se hacía sin fin de lucro. 17