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asuntos que más les inquietaban y su protesta
por la realidad que los acosaba.
La pluralidad socioeconómica y política de
sus integrantes es otra de las características
de aquel sistema de asociacionismo que hoy
se extrañan. Podías ser lo mismo zapatero o
periodista, empresario o sastre o albañil o
carpintero o político de profesión. Las preferencias de signo ideológico no se contaban
entre los impedimentos para aceptar a un
nuevo asociado. Había cabida libre para todos, aunque no todos actuaran armónicamente.
Se trata de un fenómeno sociocultural que los
especialistas han percibido de distintas maneras, según sus concepciones particulares y
sus prejuicios políticos, pero ninguno, en
ningún caso, concluye que el libre asociacionismo resultara perjudicial, sino todo lo contrario, para el avance socioeconómico y cultural de sus miembros.
Los propios estudios realizados desde el
prisma institucional del gobierno revolucionario, por ejemplo: Capas populares y modernidad en Cuba (Fuente Viva, 2009), de
María del Carmen Barcia, o Vida y cultura
en las sociedades Instrucción y Recreo
(UNED, 1998), de María Victoria Suerio,
coinciden en reconocer su capital trascendencia. En fin, no pretendo disgregar el asunto contando una historia que ha sido ya contada muy bien y pormenorizadamente por
más de un especialista. Apenas aspiro a que
no se pierda de vista lo que ha significado el
asociacionismo para los cubanos descendientes de esclavos, constatando que mientras
más difícil fue su situación, con mayor eficacia actuaron en procura del encauzamiento
de sus anhelos e intereses como grupo.
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