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La normalización clase y género en Cuba y el mundo de la brecha Manuel Cuesta Morúa Historiador y politólogo Portavoz del Partido Arco Progresista (Parp) Coordinador Nacional del Proyecto Nuevo País Miembro del Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR) La Habana, Cuba C uba y Estados Unidos acaban de anunciar su intención de restablecer sus relaciones diplomáticas rotas desde 1961. Cincuenta y tres años después de que ambos países decidieran entrar en su particular Guerra Fría, con malos aderezos históricos, comienza un proceso tardío de deshielo político que parece calmar las viejas tensiones y colocar a los dos gobiernos en la senda de la convivencia civilizada. Estas son buenas noticias. Esta normalización política no equivale a una normalización social. La ruptura de 1961 venía por añadidura acompañada de una promesa de reducción de la brecha social que, acumulativamente, había trazado una línea racial a lo largo del continuo de la pobreza y la discriminación en Cuba. La narrativa y las opciones de igualdad eran directamente proporcionales a la creciente disensión con los Estados Unidos, de modo que a mayor conflicto político, menor serían las desigualdades y más débil la discriminación por el origen o por el color de la piel. A más radicalización revolucionaria correspondía una mayor radicalización de las políticas de igualdad y bienestar que incorporaran cada vez más a quienes, históricamente, habían sido preteridos, esto es a la comunidad afrodescendiente. Esta ilusión de igualdad fue compartida, al menos en el imaginario, hasta finales de la década de los 80 del siglo pasado. La realidad fue siempre bien distinta, como vienen revelando estudios sociológicos, antropológicos y políticos bien serios. Lo cierto es, sin embargo, que los afrodescendientes eran vistos y se veían a sí mismos como compartiendo ámbitos de igualdad como nunca en cualquier momento de su historia anterior. A partir de la década de los 90, se profundiza estructuralmente la brecha racial por los fallos también acumulados de las políticas del Estado y por los errores conceptuales de partida para poner fin, real o supuestamente, al racismo y a la discriminación en Cuba. Esta brecha estructural, en medio de la ineficacia gubernamental, tuvo un fuerte aliado externo en las políticas, en sí mismo positivas, que comienza a diseñar y a poner en práctica el gobierno de los Estados Unidos, en primer lugar las remesas. Se sabe que las remesas favorecen a las personas blancas tanto directamente como en la base familiar. 11