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Phinney, que en el siglo XIX fundó en Cuba un próspero negocio esclavista de plantaciones de café y de caña de azúcar. Tramas de víctimas centenarias de la esclavitud, como la que involucró a Thomas Jefferson, tuvieron que esperar 200 años para que se reconocieran como ciertas. Hubo rumores, silencio cómplice y miserias, pero la confirmación científica mediante pruebas genéticas permitió releer la vida de aquel presidente norteamericano, quien tuvo una relación íntima con una de sus esclavas, de la cual nacieron varios hijos. El drama de los Phinney, jamás contado, resulta parecido. Podría haber transcurrido en la hacienda Monticello de Thomas Jefferson, en Virginia, pero tuvo lugar en un paisaje tropical de cafetales y campos de caña de azúcar. Pasaron más de 160 años antes de que un descendiente crítico examinara su patrimonio genético-genealógico y descubriera las infidelidades de su ADN. Son tiempos en que las nuevas tecnologías excitan la curiosidad y agotan los secretos. Theodore Phinney, un descendiente de los peregrinos del Mayflower, considerados los fundadores de Estados Unidos, desembarcó en el país caribeño seducido por el auge económico. Trató primero como carpintero, oficio en que tenía experiencia, pero luego le fue mejor como maquinista, una especie de técnico industrial de ingenios azucareros, muy bien pagado en aquella época. La nueva ocupación le permitió comprar tierras que luego convirtió en plantaciones de café y de caña de azúcar, así como adquirir cientos de negros esclavos. Investigaciones históricas y genealógicas refieren que Theodore Phinney nació en 1776 en la ciudad de Falmouth, Barnstable County, Massachusetts. Lo reconocen como el bisnieto de Benjamin Finney (1682-1738), quien fue el décimo de los trece hijos de John Finney Jr. (1638-1719) y Mary Rogers (1644-1718), hija de los Rogers que viajaron en el Mayflower. En Cuba, en el territorio matancero de Lagunillas, Theodore Phinney erigió su hacienda familiar hacia 1825 y la llamó La Sonora. Ese mismo año se casó con la inglesa Ann Barrett, con quien tuvo cuatro hijos: Mary Deidamia, Theodore William, Susannah y Joseph Manuel. 80 Lagunillas inició su declive socioeconómico al fundarse en sus cercanías la ciudad de San Juan de las Ciegas y Cárdenas, el 8 de marzo de 1828. Los hacendados del nuevo enclave aprovecharon la libertad de comercio concedida por España, un estímulo económico que era visible en la que llamaban “American City”, por el número de inmigrantes norteamericanos que vivían y tenían negocios allí. El 90% de su comercio se realizaba con Estados Unidos. El progresivo desarrollo de Cárdenas estuvo condicionado también por la habilitación de un puerto marítimo, la construcción de ingenios azucareros y la introducción del ferrocarril. La llegada de hacendados franceses, que escaparon de la rebelión antiesclavista de Haití, y luego de norteamericanos, fue igualmente fructífera, porque fomentó el cultivo de café e incrementó la siembra de caña de azúcar. Un progreso que relacionó apellidos como: Phinney, Berchast, Laurent, Lecllere, Villere y Blain, Alfredo Lajonchere, Antonio Bacot y Jonicot, Biart, Bogd, Battle,Wilson, Gillot, Maddan, Laferte, Boyd… En 1837 Cárdenas concentraba la mayor cantidad de esclavos en una región cubana: 57, 386, más del 50% de la población total. Al concluir la primera mitad del siglo XIX, la jurisdicción disponía de 277 ingenios azucareros. El triángulo Cárdenas-Colón-Matanzas producía el 55. 56% del azúcar de Cuba. En Cárdenas los Phinney tenían, además de La Sonora, otra plantación: Roble, donde cultivaban café y caña de azúcar. Disponían también de un almacén en el puerto y de cientos de esclavos. En Sagua la Chica, por la zona de Calabazar de Sagua que pertenece hoy a Encrucijada, en la actual provincia de Villa Clara, los Phinney compartían la propiedad del ingenio azucarero La Palma con el empresario alemán Henry Ezequiel Emerson. Solamente en las márgenes del río Sagua la Grande se concentraban hacia 1840 unos 26 ingenios azucareros, que eran propiedades de hacendados extranjeros como James Macomb, Robert Stell, George Bartle, Augustus Hemeway, José Ribalta, Pablo Ribalta, Drake del Castillo, Henry Ezequiel Emerson, Manuel Quintero y Ann Phinney. Tal vez uno de los momentos más difíciles que afrontó Theodore Phinney ocurrió en 1844,