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mundo legendario. Sin reservas, dice una de las
actrices de perfil maya y bemba africana, para reconocer tatarabuelos negros en nuestra afroamericanidad, que es reconocernos ciudadanos universales, herederos de las riquezas de nuestra galaxia y nuestro planeta.
Claro que Nonsi, el hijo de Oloddumare, ejemplifica con un palo por la cabeza a los ladrones lo
que sería un proceso legal de aplicación de la justicia. Pero el títere debe hablar ese lenguaje primitivo. No conozco lógicas humanas que, en su
defensa ante la injusticia, reaccionen poniendo la
otra mejilla, dando la espalda, retirándose, o tratando de explicar con palabras lo que debe ser una
relación de paz.
Quien viene a robar el agua del pozo que Nonsi
cavó solo, será víctima de la justicia por la mano
de Nonsi. Como le ocurrió a la gallina, al mono y
al tigre. Pero ¿cómo Nonsi descubrió a los ladrones? Pues porque la primera vez que se alejó de
su pozo, le cubrió la boca con un hato de pica
pica, aun a riesgo de padecer en lo seco el mismo
daño. Pocas veces las trampas dañan a quien las
pone. Y mucho menos a Nonsi, el hijo de la creación, la araña de ocho brazos. En todo caso el retorno, el boomerang del daño de la trampa, trae a
los culpables. Ronchozos y con picazón.
Al segundo ladrón que descubrió fue al tigre, que
lo encontró pegado a una figura antropomorfa llamada guardián, sin ojos boca orejas ni nariz.
Hasta allá no me llega el conocimiento de las
trampas. No sé si era una figura de caucho. ¿Qué
puede despedir tal pegajosidad como para atrapar
dejando literalmente pegado a quien lo toque; qué
sustancia? ¿Qué objeto u objetivo sexual, si es
que el guardián era una figura femenina indefensa
sensual insinuadora?
La gallina que tanto habló fue cómplice, y como
cómplice recibió también su palazo por la cabeza.
Por no decir lo que debió decir. Sucumbió ante la
curiosidad y el ansia de poseer lo ajeno con malas
artes, como la negación de exigirse a sí misma el
desenvolvimiento de su expresión en el bien, que
es por el bien de los otros. El bien de todos. Pero
sobre todo por ayudar a la araña a construir el
pozo.
Todas estas historias nos la cuenta una negra con
estampados punzó a dos aguas en la bata, cuyo
nombre quisiera recordar. Con la vieja fascinación del teatro dentro del teatro, como Sherezada,
contaba sus fábulas, o el panchatantra, o el amadou kumba, o tantos otros fascinantes métodos de
la oralidad tal y como aterrizan en la mente del
cuentero, del oralista, del griot, del titiritero.
Música en vivo. Repicador nicaragüense de la
costa caribeña. Palos de agua. Tumbadoras cubanas. Maracas. ¡Guamo!
Este grupo de titiriteros nicas, que se nombran
como un árbol muy duro de su tierra, semejante
—dicen— al caguairán de nosotros los cubanos,
imposible de convertir en mueble, es sencillamente fascinante. Hay que verlo. Hay que aprenderlo, hay que seguirlo. Estuvieron en el rincón
de los milagros como un acto de amor a Cuba, a
su pasado y a su futuro, en un evento de títeres
internacional que culminó en la ciudad de los
puentes hace dos semanas. Al menos se cumplió
el viejo adagio americano: “La revolución se hace
ojo a ojo”. Y muchas, muchísimas cosas más que
la vida, mi vida, no me dejará contar, porque la
felicidad no puede develarse en su completa faz
como un pajarito doméstico en su jaula de güines.
¿Pero de sobra fuimos felices? De sobra.
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