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Travestismo económico
Hidelbrando Chaviano Montes
Abogado y periodista
Miembro de la Corriente Agramontista de abogados independientes
La Habana, Cuba
L
a promulgación del Código del Trabajo todavía tiene que esperar, eso no es algo que
apure demasiado; sin embargo, la recién
aprobada Ley de la Inversión Extranjera es urgente: significa dinero fresco, más empleos, quizás hasta un posible crecimiento económico. Cual
salvavidas en mar embravecida, el gobierno cubano clama por las otrora odiadas compañías trasnacionales, que fueran acusadas en los años gloriosos de barbas y verde olivos, de ser responsables de la pobreza en los países del continente,
del analfabetismo, el desempleo, el hambre y la
insalubridad.
El primer desmentido a esta absurda idea lo da la
sufrida República de Haití, primer país de América en lograr la independencia. Allí, nada pudieron hacer las trasnacionales en su época de esplendor, porque es un país sin recursos, tan sin recursos que, para aplicar nuevas tecnologías, se
presenta el obstáculo de que prácticamente no
existe mano de obra calificada. Haití, a pesar de
haberse librado temprano del colonialismo y de la
supuesta plaga de las trasnacionales neocolonialistas y neoliberales, fue pobre y continúa siéndolo hoy, quizás precisamente porque nunca tuvo
trasnacionales y sobre todo, porque en toda su
historia no tuvo un gobierno decente. La corrupción y la violencia desanimaban a cualquier inversor potencial.
Similar situación sufrieron sin excepción los demás países latinoamericanos y caribeños. Después de la independencia se adueñaron de estos
países sus gobernantes caudillistas y despóticos,
militares ignorantes y socialistas derrochadores e
irresponsables. Como culminación de tanto
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desastre, aparecieron en los años sesenta las guerrillas comunistas inspiradas en y por la Revolución Cubana, las cuales empujaron al éxodo a
cualquier inversionista que prefiriera sitios más
tranquilos donde poner su dinero.
Solo a partir de la aplicación de políticas liberales
en ciertos países del área se vio que el desarrollo
económico y la reducción del nivel de pobreza
eran posibles. A más economía de mercado y menos populismo socialista, mayor desarrollo y menos pobreza, incluso con la presencia en el gobierno de militantes de izquierda y exguerrilleros
marxistas conversos, quienes a pesar de sus convicciones políticas y las propias incapacidades
han respetado las leyes del mercado como única
fórmula ganadora.
Y llegamos a Cuba, país gobernado por un pequeño grupo hegemónico basado en una fórmula
marcadamente política y contraria a la libre empresa. No obstante haber desalojado los últimos
vestigios de capitalismo en 1968, los números
ofrecidos por el gobierno cubano a la CEPAL
muestran un nivel solo superior al de pequeñas islas del Caribe o de algunos países de Centroamérica. En algunos casos, como en el nivel de inversiones, ni siquiera se molestan en informar.
Después de varias décadas de monopolio estatal
sobre bienes y personas, los comunistas cubanos
se dan cuenta que para poder crear capital necesitan del dinero, la tecnología y la experiencia de
los capitalistas, lo mismo da que sean chinos que
suecos. Sin ningún pudor se desvisten del ropaje
socialista. El resultado es un capitalismo de Estado o socialismo travestido, que no es la primera
vez que se usa en el mundo y nunca dio resultados.