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A largo plazo, la Revolución ha tenido un saldo mixto sobre las relaciones raciales. Por un lado, gran parte de los cubanos de ascendencia africana se beneficiaron de los programas de redistribución de la riqueza implantados a principios de la década de 1960. Por otro lado, las condiciones de vida de la población afrocubana se han deteriorado seriamente desde el comienzo del llamado Período Especial en 1989. Las medidas urgentes adoptadas por el gobierno revolucionario para enfrentar la crisis económica —entre ellas la expansión del turismo y las remesas familiares como principales fuentes de divisas— acentuaron la desigualdad racial en Cuba. La creación de un “apartheid” cubano, en el que los blancos han reafirmado su posición ventajosa frente a negros y mulatos, comprueba que el prejuicio y la discriminación racial no han desaparecido en la Cuba contemporánea. Intelectuales negros como el historiador Walterio Carbonell, el politólogo Carlos Moore, el escritor Víctor Fowler Calzada, el crítico literario Roberto Zurbano y el economista Esteban Morales, cada uno a su manera, han denunciado la tenacidad del racismo en la sociedad cubana. A pesar de sus discrepancias ideológicas, estos autores tienden a estar de acuerdo en que el color de la piel sigue siendo un indicador clave de estratificación social. Pero el discurso oficial insiste en que el racismo cubano es más que nada un vestigio del pasado prerrevolucionario. Conclusiones El prejuicio y la discriminación racial continúan fraccionando a la población cubana, entrado el siglo XXI. Hace falta documentar las continuas brechas entre cubanos de origen europeo y africano en términos educativos, ocupacionales, residenciales y económicos. También es necesario replantearse los términos del debate más allá de los 28 discursos raciales dominantes, tanto dentro de Cuba como en la diáspora, particularmente el mito de la democracia racial. Uno de los mayores desafíos del presente y el futuro cubanos es precisamente cómo superar un legado racista arraigado en el sistema colonial de plantaciones de esclavos. La experiencia acumulada en las últimas décadas sugiere que no es suficiente legislar la integración racial en la vivienda o la educación, sino que también hay que transformar actitudes y valores que pueden perdurar por generaciones, aún después de un cambio radical en las estructuras sociales. Notas: 1-José Martí, “Mi raza”, en Obras completas, La Habana: Centro de Estudios Martianos, 2001, vol. II, 299. 2-Antonio Maceo, Ideología política: Cartas y otros documentos, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1998, vol. I, 160. 3-Ramiro Guerra y Sánchez, Azúcar y población en las Antillas, La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1961 [1927], 107. 4-Fernando Ortiz, “Por la integración cubana de blancos y negros”, Estudios afrocubanos 5 (1945–1946), 218. 5-Rogelio Martínez Furé, Diálogos imaginarios, La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1979, 260; Isaac Barreal, “Necesidad de la investigación científica de las fiestas populares tradicionales”, en V Conferencia Científica del Instituto de Ciencias Sociales, La Habana, 25–27 de noviembre de 1980.