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Algunos de ellos, como Saco, propusieron el “blanqueamiento” de la población cubana mediante el mestizaje y la promoción de la inmigración blanca, fundamentalmente española.
Posteriormente, la definición de la nación se extendió
gradualmente a negros y mulatos. Quizás el mejor
ejemplo de este discurso más abarcador sea la obra del
poeta y patriota José Martí, quien en 1893 acuñó la
célebre máxima de que “cubano es más que blanco,
más que mulato, más que negro”.1 A pesar de su indudable atractivo, la postura martiana ha sido criticada
por minimizar las diferencias raciales para impulsar
un proyecto nacional común. El propio Antonio Maceo, mayor general del Ejército Libertador, señaló:
“Tengo sobre el interés de raza, cualquiera que ella
sea, el interés de la humanidad, que es en resumen el
bien que deseo para mi patria querida”.2 El mito de la
democracia racial, popularizado en Cuba y otros países latinoamericanos, supone la convivencia armoniosa entre blancos, negros y mulatos. El problema
principal con este mito es que soslaya la persistencia
de la desigualdad racial y la necesidad de la organización y movilización de la población en torno a reclamos de tipo racial.
La era republicana
Durante el siglo XX, los pensadores cubanos más ilustrados procuraron incorporar a los descendientes de
africanos (y otros grupos étnicos como los chinos) en
un relato más amplio e inclusivo de la nación. Sin embargo, la ideología de la superioridad blanca siguió incidiendo en la obra de prominentes intelectuales como
el historiador Ramiro Guerra y Sánchez, quien todavía
privilegiaba a los propietarios rurales blancos como
“columna vertebral de la nación”.3 En el ámbito de las
artes visuales, el guajiro surgió como principal emblema de la identidad nacional a fines del siglo XIX y
principios del XX.
En las décadas de 1920 y 1930, el movimiento afrocubano en la literatura, la música y las artes visuales resaltó el elemento negro de la cubanidad. Fue el antropólogo Fernando Ortiz quien propició una visión más
completa de la cultura cubana al destacar los aportes
africanos al “ajiaco” criollo. En 1945, Ortiz declaró
categóricamente que “sin el negro Cuba no sería
Cuba”.4 Los trabajos antropológicos pioneros de Rómulo Lachateñeré y Lydia Cabrera contribuyeron a incorporar a los negros al canon nacionalista en la Isla.
Varios intelectuales negros de la época republicana
también promovieron la igualdad racial desde diversas
perspectivas, entre ellos el arquitecto Gustavo Urrutia
y el abogado Juan René Betancourt. Indudablemente,
el discurso dominante sobre la identidad nacional durante el período republicano en Cuba se hizo menos
excluyente que en el período colonial, al integrar a los
sectores populares, particularmente las personas de
origen africano. No obstante, la sociedad cubana siguió privando a negros y mulatos de las mejores oportunidades ocupacionales y educativas.
La fase postrevolucionaria
El triunfo de la Revolución Cubana en 1959 inició una
nueva fase en las relaciones raciales. El nuevo gobierno prohibió prácticas raciales institucionalizadas
como la segregación de playas, parques, clubes, hoteles, restaurantes, escuelas y residencias. Además, las
autoridades culturales promovieron la recuperación y
el aprecio de las raíces africanas, especialmente en la
música, el baile, la religión y el folclor. Sin embargo,
el gobierno no diseñó políticas específicas para combatir la desigualdad racial.
La Segunda Declaración de La Habana (1962) proclamó (prematuramente) que la Revolución había resuelto el problema de la discriminación racial. En
1975, al comienzo de la guerra de Angola, Fidel Castro declaró que los cubanos eran un pueblo “latinoafricano”. Pero ni la eliminación del racismo institucionalizado ni la intervención militar en África significaron la desaparición de la desigualdad racial en la
Isla.
Lo que sí ocurrió fue el silenciamiento oficial del racismo como tema integrante del debate público y la
investigación académica en Cuba entre las décadas de
1960 y 1980. Este silenciamiento permitió la reproducción de ideas y prácticas racistas, por ejemplo en
los matrimonios interraciales y los medios de comunicación masiva. Tales patrones de prejuicio y discriminación racial están demostrados ampliamente en los
trabajos del antropólogo Juan Antonio Alvarado, el
historiador Alejandro de la Fuente, el politólogo Mark
Sawyer y la antropóloga Nadine Fernández.
Más aún, la Revolución suprimió las organizaciones
afrocubanas autónomas del gobierno durante las décadas de 1960 y 1970. Incluso, personalidades culturales
como el folclorista Rogelio Martínez Furé, el etnólogo
Isaac Barreal y el historiador Enrique Sosa Rodríguez
consideraron que las prácticas religiosas y festivas
afrocubanas eran “anacronismos” que debían “expurgarse” o “descartarse” en una sociedad socialista.5 El
énfasis de la doctrina marxista en los conflictos de
clase dificultó la consideración de otras formas de diferenciación social, como las raciales.
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