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profesionales de otras especialidades alimentan la
imagen de benefactores globales que promueven
los jerarcas de La Habana, mientras el pueblo se
hunde en la desolación y el desamparo.
Es difícil comprender cómo, en un periodo tan
corto de tiempo, se han podido destruir física, moral y espiritualmente los valores de una nación
desde todos los niveles. La demagogia estatal no
tiene credibilidad alguna y ha abandonado al pueblo a una suerte incierta. Hoy se vive sin planes
ni perspectivas. El estado paternalista se desentiende de sus compromisos y responsabilidades,
no propicia la creación de los espacios necesarios
para enfrentar los retos de los nuevos tiempos y
no deja jamás de amenazar la libertad de un pueblo al que, bajo esa misma intimidación, impone
arengas para glorificar supuestas conquistas de
una revolución que nunca ha considerado sus derechos y que se ha erigido responsable de todos
los destinos, sin prestar importancia a lo que debe
ser respetado como proyecto de nación en formación, que es lo que no ha dejado de ser Cuba desde
principios del siglo XX.
Ya en la primera mitad de ese siglo, Cuba era un
país en pos del progreso verdaderamente sustentable en todos los sectores. Los barrios marginales
no se podían incluir dentro del panorama poblacional, pues las villas miserias se limitaban a unas
pocas, como Las Yaguas, en la barriada de Lawton. Este era el lugar donde vivían las personas
marginadas de la sociedad, con muy bajo nivel
cultural y en medio de extrema pobreza.
La revolución en sus primeros tiempos, con una
posición que la historia ha demostrado que era altamente hipócrita, extinguió este barrio y envió a
sus moradores a viviendas con cierto confort en
las periferias de la ciudad, sin dejar de alegarles
un debido agradecimiento eterno. Hoy la marginalidad prolifera de manera generalizada y las villas miserias se extienden por todo el país en
asentamientos donde nacen y crecen cubanos privados de los más elementales derechos y de posibilidades reales de desarrollo.
A pesar del innegable deterioro y desintegración
de nuestro cuerpo económico y de nuestros valo-
res morales y espirituales, a los gobernantes cubanos solo les interesa mantenerse en el poder con
un control férreo, sin abrir espacios para el desarrollo y la evolución social y sin las garantías intrínsecas de un proceso libertario.
Hoy el paisaje social muestra una desolación extrema. El pesimismo es el pan de cada día y el
ansia de abandonar el suelo patrio es la filosofía
que impera sobre nuestros hijos y nietos. La
desunión, la desconfianza y la pérdida constante
de elementales principios éticos hacen presa de la
sociedad. La corrupción hace metástasis en todas
las esferas de la vida diaria, con una constante
falta de seriedad en las decisiones gubernamentales, en medio de la ausencia de verdaderas garantías jurídicas para la sociedad civil independiente. La falta de información e institucionalidad
están llevando al país más allá del abismo, en medio del evidente desinterés oficial que se muestra,
entre otras cosas, en el silencio que sostienen ante
los verdaderos problemas que nos aquejan y se
agudizan en gran medida por su soberbia e indolencia.
Somos víctimas de un sistema que se sostiene sobre la base de un discurso vano y fútil. El derrumbe de toda esperanza y la ruptura de la familia, la desilusión y la dependencia económica,
tanto individual como gubernamental, no prometen futuro alguno que vislumbre perspectivas hacia una nueva y digna sociedad.
El irrespeto, la violencia ciudadana y policial cobran víctimas mortales cada día, con un marcado
acento en individuos de la raza negra, que son los
más desfavorecidos de este encuentro con la historia. La prostitución es un asunto del cual se habla en voz muy baja desde las altas esferas políticas. Se niega sea un flagelo que diariamente sacrifica a más jóvenes en busca de soluciones económicas. La realidad pone a los padres en un callejón sin salida para combatir la desmoralización
en que ven sumirse a sus hijos. Este flagelo abarca
también a la juventud masculina, que se entrega a
las prácticas homosexuales como paliativo económico y no como preferencia sexual. Así lo expresan muchos de ellos abiertamente. Una gran
parte de estos jóvenes ya han sido sancionados o
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