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para que participe creativamente en el trabajo ilimitado más allá de lo económico, que son la
mente y el espíritu.”8
Confundir la mezcla de redistribución de bienes y
la máxima restricción de derechos con justicia resulta perverso, incluso aunque repartos y prohibiciones se hagan en la más absoluta equidad. Equivaldría a asumir que distribuir equitativamente
alimentos, instrucción y atención médica a una
dotación de esclavos supone tratarlos con justicia.
Es bien sabido que cuando se suprime la voz a todos por igual, sufren más aquellos que más motivos tienen para quejarse. La igualdad aparente
solo servirá para apuntalar una desigualdad cada
vez más profunda y al mismo tiempo más difícil
de distinguir.
Pero no creo que el profesor De la Fuente acude
al concepto de justicia económica para confundir
a los lectores, sino más bien lo contrario. Lo hace
para que la realidad cubana sea menos opaca, más
traducible y provechosa. Aunque sea a costa de
hacerla menos real. “Vengo del futuro”, viene a
decirnos el profesor, “y allí el recurso de la igualdad económica no consiguió eliminar el racismo”. Estamos ante el extraño caso de un profesor de formación marxista tratando de explicarle a un público “capitalista” que la economía
no lo es todo. Y que apela a su realidad “futura”
como clave de su autoridad en el tema. Más o menos como Terminator.
Aunque se concuerde con él en lo esencial: que la
igualdad económica no es la panacea para eliminar el racismo, se hace difícil aceptar ese intento
de traducción más allá del empeño —conmovedor, eso sí— en que la experiencia cubana sirva
para aleccionar a alguien. Los gestos igualitarios
del régimen cubano fueron, más que un salto hacia delante, hacia el futuro, un intento de soborno
a cambio de que amplios sectores negros entregaran la voz y los espacios ganados tras décadas de
esfuerzo. Seducido por el efecto “futurista” de las
estadísticas cubanas, De la Fuente olvida aquella
advertencia de Gayatri Spivak: todo traductor al
inglés “must be able to confront the idea that what
seems resistant in the space of English may be
reactionary in the space of the original language.”9 [debe ser capaz de afrontar la idea de que
lo que parece resistencia en el espacio del inglés
pudiera ser reaccionario en el espacio del lenguaje original].
No se trata de que el racismo cubano se haya
vuelto intraducible por ser tan excepcional. De
serlo, no sería más que el cumplimiento del principal ideal de ese otro concurso de excepcionalidades que es el nacionalismo. Sus sutilezas pueden encontrarse a lo largo de la historia o del planeta: donde quiera que entren en contacto grupos
étnicos con larga historia de opresiones. Si algo
resulta excepcional es el ejemplo norteamericano
con su contraste entre segregación más o menos
extrema hasta fecha reciente y la puntillosa garantía teórica de los derechos individuales. Ese contraste ha hecho cada vez más intraducible otras
experiencias a la realidad racial norteamericana,
que se va convirtiendo en un tramposo modelo a
seguir por no haber sido comprendido.
Seamos honestos. Pese a las profundas diferencias sociales y culturales, si una realidad racial
tiene algo nuevo que mostrarle a la otra en el último medio siglo es la norteamericana a la cubana. Desde el “black pride” a la “affirmative action”. Alguna razón debe haber para que uno de
los autores más frecuentes en las bibliotecas de
los disidentes cubanos sea Martin Luther King Jr.
y para que sus libros sean usados como pruebas
de la acusación en los tribunales cubanos. Contraponer a esto el prestigio que aún conservan las figuras de Fidel Castro y el Che Guevara entre la
comunidad negra norteamericana no haría más
que confirmar un hecho irrefutable: el que la Revolución Cubana —o el castrismo, como quieran
llamarle— no haya dado una sola figura negra política ni intelectual dedicada a defender la igualdad racial. Tan pronto como alguien empieza a
cuestionarse “dentro de la Revolución” las desigualdades sociales —como lo ilustran ejemplarmente los casos de Walterio Carbonell y Roberto
Zurbano— comienza a ser marginado, a quedar
definitivamente “fuera.” En resumen, no se pueden “traducir” los contextos raciales cubanos y
norteamericanos si se excluye el tema elemental
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