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Tampoco encontraron lugar en este curso el pensamiento político de Antonio Maceo, Juan Gualberto Gómez, Martín Morúa Delgado y Rafael
Serra. Nuevamente fue omitido el análisis o la referencia al Programa político del Partido Independiente de Color (1908-1912), precursor de ideas y
propuestas progresistas muy difundidas en el siglo XX. No pudimos escuchar tampoco ninguna
referencia a figuras de tanto peso político como
Ramón Vasconcelos, Sandalio Junco o Salvador
García Agüero, ni a grandes sindicalistas como
Jesús Menéndez o Aracelio Iglesias. Una vez más
fueron desconocidos pensadores de la envergadura de Gustavo Urrutia, Juan René Betancourt y
Walterio Carbonell
Sorpresivamente, y como para reafirmar su perspectiva segregacionista tal vez con ánimo de rectificar las graves omisiones, un nuevo curso constituye todo un tratado que vuelve a dejar claro
cuál es la mentalidad que prevalece en las autoridades cubanas: “Aquí estamos, presencia negra
en la cultura cubana”
Lo primero que cabe preguntar es: ¿Los afrodescendientes cubanos tenemos que recordar o reafirmar que aquí estamos? Lo segundo: ¿Somos
solo una presencia en la cultura cubana? Tal vez
podamos hablar de presencia china o árabe en la
cultura cubana, pero constituye un craso error de
contenido no reconocer a la cultura africana y sus
derivados como un componente esencial y determinante en la cultura nacional.
El otro elemento significativo es la persistencia
en circunscribir a la condición cultural-folklorizada y subalterna toda la contribución de los africanos y sus descendientes a la conformación de la
nación.
En las conferencias del curso resulta escalofriante
el nivel de banalidad y superficialidad con que
destacadísimos y prestigiosos intelectuales y académicos abordan el tema, siempre privados de
una visión objetiva y critica, empeñados en salvar
la imagen de los gobernantes cubanos, responsables principales en el último medio siglo de las
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enormes fracturas y desigualdades y del desconocimiento de nuestra verdadera historia.
Ante tales desmanes intelectuales, las plataformas
pro oficialistas que se presentan como comprometidas con la igualdad y el antirracismo no se
dignan a protestar ni a reclamar un tratamiento
adecuado, justo y consecuente, que conecte la
mentalidad ciudadana con un visión referencial
respetuosa de la realidad y la verdad histórica.
Tantos años de silencios, omisiones, tergiversaciones y miedos impuestos provocan que el escenario sociológico a tenor de la problemática racial
reproduzca el esquema de hace un siglo. Por un
lado, la clase política blanca y supremacista en el
poder alimenta su discurso igualitarista e incluyente, pero no hace nada para atenuar las desigualdades y hacer justicia histórica. Las medidas socioeconómicas que ponen en práctica reafirman las desventajas y desesperanzas de los
afrodescendientes cubanos. En el otro extremo
están los millones de afrodescendientes, que sufren los rigores de una sociedad en crisis y sin horizontes, donde a pesar del discurso demagógico
seguimos siendo víctimas de las fracturas y desigualdades que no disminuyen.
En el centro del debate político e intelectual sobre
este delicado asunto estamos los activistas seriamente comprometidos con la igualdad y la justicia, decididos a enfrentar la intolerancia represiva
en nuestro propósito de contribuir a la construcción de una Cuba plena de igualdad e integración.
A la intolerancia se agregan los falsos profetas de
la lucha antirracista, quienes reafirman su compromiso verbal con una lucha que traicionan día a
día, cuando en la realidad convalidan los diseños
gubernamentales y de paso defienden sus intereses particulares.
La interesada desidia de las autoridades cubanas
y sus correligionarios oficialistas complejiza
nuestro escenario y aumenta el reto de los que no
estamos dispuestos a dar un paso atrás en la lucha
por la verdad y la justicia.