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nes y mecanismos para ponerse a tono con los valores de igualdad jurídica y social y de respeto a la diversidad que deben caracterizar al mundo contemporáneo. Resulta significativo que los organismos de concertación internacional dan considerable impulso a la implantación de mecanismos que promueven la lucha contra el racismo y la discriminación. Al igual que el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD), la Organización de Estados Americanos (OEA) ha establecido un instrumento jurídico que debe servir de base y fundamento a la articulación por los Estados miembros de políticas y mecanismos destinados a combatir las desigualdades e injusticias raciales en el plano legal, económico, social y cultural. Cuba se mantiene bien aislada de estas dinámicas. Poca y bien manipulada fue la información que recibió el pueblo del análisis del caso cubano en la sesión del CERD en 2011.Las recomendaciones hechas al gobierno cubano por este organismo no han sido difundidas y mucho menos cumplidas en ninguno de sus acápites. Los esfuerzos de las autoridades cubanas estuvieron más bien encaminados a cabildear fuerte con el objetivo de sacar del Comité al relator encargado del caso cubano: el Dr. Pastor Elías Murillo, destacado jurista afrocolombiano de reconocida trayectoria, quien tuvo una actuación muy encomiable. En el plano interno, más allá del reconocimiento verbal de los tan evidentes retrasos que padecemos, los gobernantes cubanos no demuestran un ápice de voluntad política para asumir sus responsabilidades por esas carencias e impulsar un cambio radical de mentalidad y mecanismos de convivencia que promuevan las siempre anheladas igualdad y justicia social. Desde el punto de vista político, los gobernantes cubanos no se despojan de su esencia hegemonista para abrir los espacios de protagonismo y participación de los ciudadanos y las instituciones independientes de la sociedad civil, que es el único camino al éxito en esta lucha, como ha demostrado la más reciente experiencia histórica. Por el contrario, los activistas antirracistas independientes son tratados con extrema crueldad represiva por parte de la policía política. En el paroxismo de la desesperación y la ausencia total de ética y respeto, en ocasión del Examen Periódico Universal de los Derechos Humanos en Cuba, por el Consejo de Derechos Humanos, el canciller cubano Bruno Rodríguez anunció el establecimiento de un vicepresidente encargado de la cuestión racial. Las autoridades cubanas no son capaces de percatarse de la inutilidad de ese intento de golpe de efecto ―del cual ni antes ni después se ha dado detalle alguno― puesto que no pasa de ser un nuevo mecanismo súper estructural que nada tiene que ver con la muy necesaria independencia cívica e institucional que demanda el adecuado tratamiento del tema. En el plano intelectual, los gobernantes cubanos continúan perdiendo maravillosas oportunidades de comenzar a cambiar los patrones de referencia que reafirman la naturaleza racista de la sociedad cubana. Ni la socialización del debate, ni las reformas al sistema educacional, ni un reflejo consecuente de la realidad histórica y social en los medios de difusión o las simbologías públicas tienen lugar en los diseños oficiales. Un ejemplo lapidario de que no cambia la esencia discriminatoria de ese supremacismo que inferioriza y menosprecia la verdadera historia y protagonismo de los africanos y sus descendientes a lo largo de varios siglos de historia, lo aporta el tratamiento que da al tema el programa televisivo Universidad para Todos. El espacio didáctico nos entregó un primer curso bajo el título “Los que pensaron a Cuba,” en el cual se brindó un amplio panorama de las expresiones filosóficas y políticas que, según el guión, han marcado nuestra historia. Lo curioso del tema es que, una vez más, fueron omitidas todas las expresiones y aportes políticos de destacadas figuras afrodescendientes. Este curso bien podía haberse llamado “Los que pensaron su Cuba.” Aquí brillan por su ausencia José Antonio Aponte, quien cuando el Libertador Simón Bolívar ―declarado enemigo de la independencia de Cuba por inquietudes racistas― era un consagrado esclavista ya tenía estructurado un movimiento con liderazgo horizontal y ramificaciones internacionales para procurar la independencia y la abolición de la esclavitud, amén d H[