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Contra las fracturas y divisiones
clase y género en Cuba y el mundo
Leonardo Calvo Cárdenas
Historiador y politólogo
Vicepresidente del Partido Arco Progresista (Parp)
Vice coordinador nacional del Comité Ciudadanos por la Integración Racial (CIR)
Representante en Cuba de la revista IDENTIDADES
La Habana, Cuba
C
uba padece retraso y desfase en muchos
aspectos de la vida moderna. No resulta
ilógico pensar que para las autoridades cubanas, por tantos años acostumbradas al control
absoluto sobre toda la sociedad, el aislamiento y
la permanente depauperación material consustancial al sistema constituyan fundamento y garantía
de ese hegemonismo excluyente y represivo.
No es necesario aclarar que hace más de medio
siglo no hay en Cuba debate ni transparencia para
abordar ninguno de los temas candentes que puedan inquietar a la sociedad. Sin embargo, la problemática racial en toda su dimensión y complejidad es uno de los asuntos más intensamente manipulados y tergiversados en el panorama de falta
de espacios y libertades que ha caracterizado a
Cuba en las últimas décadas.
Mientras una parte considerable del planeta cifraba sus esperanzas en la utopía romántica de
una revolución, que se legitimaba en valores trascendentes y en el respaldo mayoritario de la sociedad cubana, el alto liderazgo desataba, desde
el primer día, una espiral de violencia fratricida,
traiciones y desmanes contra la dignidad humana
que nada tenía que ver con su discurso original o
programático.
Aquel discurso programático no había mencionado una sola palabra del problema racial, obviamente para no enajenarse el respaldo de los sectores hegemónicos de la sociedad cubana, respaldo que fue fundamental para el triunfo de la
llamada revolución, algo de lo que por cierto no
quieren acordarse ninguno de los protagonistas de
aquel episodio que ha marcado con letras de dolor
y sangre la historia posterior de nuestra sufrida
Isla.
Con la revolución el cambio de discurso político
no significó de ninguna manera una transformación de los patrones de referencia y convivencia
sólidamente implantados por los sectores hegemónicos desde los umbrales del siglo XIX, patrones y referencias que convierten en entes subalternos e inferiores a un sector que tanto ha contribuido a la formación y desarrollo de la nación cubana.
En el marco del nuevo discurso igualitarista y
emancipatorio, los afrodescendientes seguimos
siendo esos entes subalternos e inferiores, ahora
convertidos, además, en objetos inermes de la
manipulación de este nuevo poder criollo de inspiración colonialista, esencia totalitaria e imagen
populista.
En la convulsa década de los sesenta, mientras el
alto liderazgo daba por suprimido el racismo por
decreto, quedó cerrado el debate intelectual y social sobre el tema, mientras se reafirmaba el criterio de que la revolución cubana es “la que más
ha hecho por los negros.” Lo que en realidad sucedió es que, por primera vez en nuestra historia,
los afrodescendientes cubanos perdimos la voz y
los espacios de desenvolvimiento cívico, voz y
espacios a través de los cuales habíamos luchado
por nuestros valores y derechos durante dos siglos.
Durante mucho tiempo hablar de la problemática
racial en Cuba era asumido por el poder como un
intento de romper la unidad nacional y revolucio-
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