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en lo que a moral respecta. También se deslizan los resortes de la dominación cultural, mediante la doble discriminación, racial y clasista, reafirmando aquella máxima según la cual muy poco importa que todos los pájaros coman arroz, pues la culpa siempre cae sobre el totí. Por ese camino seguiremos viendo con naturalidad que mientras los supremos jefes políticos y militares se la pasan en grande, más allá del bien y del mal, viviendo fuera del alcance de todo control, regla o ley, la gente de abajo permanece sujeta no sólo a sus legislaciones abusivas, sino también a la mezcla (diabólica) entre tales legislaciones y su interpretación, humillante y prejuiciada. Una muestra, sólo una entre muchas, es la llamada “peligrosidad social predelictiva,” que en el Código Penal, según dicen ellos, debe funcionar como regulador de conductas peligrosas para la sociedad. Pero otra cosa bien distinta piensa y dice nuestra gente de a pie, cuyo clamor general es que se trata de un mecanismo jurídico diseñado para mantener a raya al pueblo, muy especialmente a los negros y a quienes se oponen al gobierno. Para rematar, ese engendro de mala legislación se ha fortalecido recientemente con la modificación 8.3 del Código Penal, nombrada con el eufemístico apelativo de “convicción moral” y dispuesta para facultar a la policía y a los tribunales, de modo que puedan decidir, a ojo de buen cubero, si una persona es culpable, aun cuando no existan elementos probatorios en su contra. En pocas palabras, quien vaya preso bajo el cargo de peligrosidad, sabe que puede permanecer tras las rejas por ley (cavernícola, pero registrada en 10 el Código Penal), lo mismo durante unas horas que unos días que unos años. Si acaso le celebran juicio, no hacen falta testigos ni abogados defensores ni averiguaciones pormenorizadas acerca del