De izquierda a derecha: Rachi Torres, Osmel I. Kindelán Sierra y el autor
Nos enteramos de la transmisión por un recluso de otro destacamento penitenciario que nos reconoció. En la compañía tres, donde convivimos a la espera de la sanción, se veía el fútbol. Sin ocultar su asombro por la repercusión que sin ton ni son se dio al caso, aquel recluso fue de los primeros en solidarizarse con nosotros. Nadie que supo del incidente nos creía.
Nos decían que, por lo menos, habíamos asaltado o roto el ómnibus, o escondíamos una tragedia más grande. En el patio de la prisión conocimos a un condenado a solo dos años por romper los cristales de un ómnibus y a otro que le pedían tres años por una lesión grave causada en un ómnibus. Nosotros no entendíamos. Lo único que se rompió fueron nuestros rostros debido al
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