Identidad y Pertenencia. Guanajuato Nuestras historias | Page 9
La decisión del GIFF más allá de progra-
mar y exhibir películas, generar mercados
para la industria, apuntar a la vanguardia
tecnológica, publicar libros o invitar a lo
más granado del cine internacional –entre
muchas otras misiones que el festival tiene
cada año–, para implementar un programa
de formación y creación como Identidad
y Pertenencia, me parece de una nobleza
aleccionadora. No seré quien cuente la his-
toria de su creación y evolución porque ese
es precisamente uno de los propósitos de
este libro; pero sí quien, como tallerista, re-
conozca las virtudes de estimular a una ju-
ventud a quien se ha bautizado, con cierto
desprecio, como la generación millennial, o
aún más peyorativamente como ninis, para
demostrar, a través de la realización de cor-
tometrajes documentales, que hay decenas
de estudiantes universitarios interesados
en pensar y voltear la mirada hacia histo-
rias de su universo cotidiano que, gracias al
cine, se volverán extraordinarias.
El pretexto narrativo puede ser un edificio,
cuya ausencia genere preguntas sobre el
pasado; o acaso una mujer que durante años
vimos vender antojitos, con una dolorosa
historia por contar; ceremonias centenarias,
cuyo natural proceso sincrético las ha ido
modificando –o enriqueciendo; deportes po-
pulares, expresiones musicales, fiestas, arte
culinario, migraciones, oficios, artesanías e
incluso nuevos rituales sociales que habrán
de ir construyendo tradiciones que, con este
primer registro cinematográfico, se irán con-
virtiendo en la memoria audiovisual de mu-
chos de los 46 municipios que constituyen
Guanajuato. El sentido local de estos relatos
es precisamente la base de su universalidad,
esa que ha llevado a los cortometrajes a via-
jar por todo el país y el extranjero, ofreciendo
a los participantes la oportunidad única de
enfrentar su trabajo a audiencias que jamás
han probado el agua de mezquite, se han in-
ternado en una mina o han presenciado una
escaramuza.
“Lo que más me deja el GIFF es que ya sé
lo que quiero ser de grande… ya sé que me
quiero dedicar al cine”, decía emocionado
uno de los participantes del programa en
2014, y no es un caso excepcional. Algunos
de los muchachos provienen de universida-
des donde no necesariamente se imparten
carreras de cine; es más, en ocasiones lo que
estudian ni siquiera está relacionado con el
audiovisual. Sin embargo, se internan con
entereza y osadía en un lenguaje que pre-
sienten con asombrosa curiosidad y, a veces,
hasta con más certezas que un profesional.
Porque Identidad y Pertenencia es también
la oportunidad para encontrar, o reafirmar,
una vocación: está diseñado para que los
participantes puedan conocer múltiples vi-
siones de los talleristas que pertenecen a la
industria; así como la de otros jóvenes –los
compañeros de los equipos con los que com-
piten– que, como ellos, decidieron compro-
meterse durante meses, robándole el tiempo
a sus descansos, familias, amigos y parejas
para construir una comunidad, o acaso sea
más correcto decir: otra familia, una más de-
mandante y probablemente más vital, una
que acabará por darles una identidad en el
futuro y sí, también un origen, un sentido de
pertenencia.
Sería ingenuo pensar que todos los involu-
crados van a ser cineastas, pero de lo que sí
podemos estar seguros es que después de
este proceso de seis meses dedicados a sus
proyectos, sus vidas no volverán a ser las
mismas, su percepción del otro también será
distinta; lo mismo que su consciencia de todo
ese mundo que está afuera con el que ha-
brán de solidarizarse, y experimentarán esa
nueva sensibilidad adquirida que los volverá
mejores ciudadanos. He tenido la oportuni-
dad de trabajar con jóvenes que pasaron por
el programa y puedo afirmar que algo que
los distingue es su sentido de fraternidad,
su percepción siempre abierta hacia los más
diversos saberes, sonidos y paisajes; pero,
sobre todo, su visión crítica respecto a la rea-
lidad que los circunda, justo la mirada que
debe tener el documentalista.
Hoy que tanto se habla de la descentrali-
zación en el discurso oficial, el GIFF nos re-
cuerda que ellos comenzaron hace diez años
un programa que implica un enorme desa-
rrollo comunitario, que ojalá se replicara en
otras latitudes para beneficio de los jóvenes
y para beneficio del cine. Toca ahora a Ma-
teo Pazzi, en algún momento comandante
y guía de esta experiencia formativa, la ta-
rea de contarnos a través de estas páginas
–mediante su esclarecedora prosa y la reco-
pilación de testimonios de primera mano–,
la aventura del por qué, el cómo, el cuándo
y el dónde (bueno, eso lo sabemos: en Gua-
najuato, ¿dónde más?) de un programa que,
con profundo rigor y generosidad, nos ofrece
historias de vida e historias de espacios que
son los mejores espejos en los que podemos
reflejarnos y reconocernos como país.
Vuelvo a recordar las palabras que el Indio
Fernández puso en boca de María Félix y
aunque parezca ingenuo, sigo creyendo que
lo único puede salvarnos de la barbarie es la
educación traducida en las letras, los números
y, yo agregaría, las imágenes en movimiento.
ROBERTO FIESCO
Productor y Director
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