Pasan las horas, minutos y
algunos segundos,
y sigo aquí
sentado, mirando por la ventana,
detrás de los barrotes que alguna
vez fueron blancos, hoy
adornados de un naranja rojizo,
por los años soportando la lluvia,
igual que yo, esperando que se
vaya la noche y el mal clima, con
un pequeño cactus como
compañero, regalo de 14 de
febrero, justo en este día de hace
un año, regalo algo extraño, pero
así es Marina, con ese don para
lastimar “sin querer”, un
chocolate en barra pudo evitar el
pleito que continuo después.
Inclino la cabeza y acerco la
frente y la nariz hasta sentir el
frio en el cristal de la ventana, que
adormece mis ideas, un ligero
aroma a tierra mojada se filtra por
las rendijas,
acompañada
de
brisa de lluvia, la sensación
helada recorre mi pelo para bajar
por la espalda y envolver el
estomago desde atrás, como
abrazo desganado, espero que
Marina aparezca doblando la
esquina, con ese pequeño vocho
viejo, que suele conducir, espero
escuchar el ruido tan conocido de
su motor y su distintivo regüeldo
sonoro que escapa por debajo,
seguido por su pequeño y singular
brinco, parecido a un empujón en
el metro, (el cual no es tan
divertido) debía llegar hace tres
horas, el nerviosismo me