HOLOCAUSTO BAJO LA LUPA - JURGEN GRAF El Holocausto bajo la Lupa | Page 101

HOLOCAUSTO BAJO LA LUPA que no haya vivido esto personalmente puede siquiera imaginarse el horror que causaba esta tercera escena. A la derecha, en un rincón de la cámara yacían los cadáveres, desnudos, saqueados, sin respeto alguno tirados de cualquier forma, amontonados en posiciones bizarras. Se les había quebrado las mandíbulas para arrancar las prótesis de oro, sin hablar de los vergonzosos «registros» a los que se había sometido los cadáveres, para estar seguros de que no ocultaban ninguna joya que pudiera enriquecer el tesoro de las bestias nazi... Miré por última vez este lugar de deshonra y atrocidad y pude leer, a la luz de las llamas que se elevaban de ocho a diez metros de los hornos, el cínico verso de cuatro líneas en la pared del crematorio: ¡El gusano asqueroso no debe mutilar mi cuerpo! Por eso la llama pura me devorará Siempre amé el calor y la luz ¡Por eso incinérame, no me entierres! Al final se me presentó una vista de algo que constituía el orgullo de la ciencia alemana: ¡En más de un kilómetro de largo y un metro y medio de alto, se acumulaba la ceniza que cuidadosamente había sido extraída de los hornos para abonar los cultivos de repollos y remolachas con ella! Así, cientos de miles de seres humanos que habían entrado a este infierno con vida, lo abandonaban como abono... Gracias a mi intromisión imprudente, había observado todo lo que quería ver. Aparte de semejantes «testimonios oculares», había también pruebas límpidas, en forma de confesiones de los autores del delito. El comandante Suhren, de Ravensbrück, su suplente Schwarzhuber y el médico del campamento Treinta fueron ejecutados o se suicidaron, una vez que habían confesado la existencia de la cámara de gas de Ravensbrück y habían descrito vagamente su funcionamiento. Y Franz Ziereis, comandante de Mauthausen, confesó antes de morir 101