HOLOCAUSTO BAJO LA LUPA - JURGEN GRAF El Holocausto bajo la Lupa | Page 100
Jürgen Graf
las duchas. A un costado del ambiente en el que me
encontraba, había un pasillo.
Entré en él y vi un cabo enorme, al que no podía enlazar
del todo con ambos brazos y que estaba recubierto de una
membrana de goma de aproximadamente un centímetro
de espesor. A un lado se encontraba una manivela que se
podía girar de izquierda a derecha y de esa manera
introducía el gas. La presión era tan fuerte que el gas
descendía hasta el piso, de manera que ninguna de las
victimas podía escapar a lo que los alemanes llamaban «la
muerte lenta y dulce».
Debajo del lugar por donde abocaba el caño a la cámara
de gas, se encontraban los mismos botones que en la
puerta exterior: uno rojo, uno verde, uno amarillo y uno
blanco. Servían presumiblemente para medir el descenso
del gas. De hecho, todo estaba organizado en forma
rigurosamente científica. El mismísimo diablo no lo podía
haber inventado mejor. De nuevo entré a la cámara de
gas, para cerciorarme dónde se encontraba el crematorio.
Lo que me saltó a la vista enseguida fue una especie de
cinta transportadora de hierro. Este aparato, construido a
la perfección, daba sus vueltas incansablemente y llegaba
hasta el interior de los hornos incandescentes. Sobre esta
cinta se depositaban los cadáveres que se recogían de la
cámara contigua para que los transportara hasta dentro
del horno. Cuando hice esta visita inolvidable y
trastornadora, los aparatos se encontraban en pleno
funcionamiento, a carga máxima...
Después de observar de nuevo este infierno, continué mi
lúgubre paseo en un silencio agobiante. Abrí la puerta de
un tercer cuarto. Este era la cámara de reserva. Allá se
apilaban los cadáveres que no pudieron incinerarse en el
mismo día y que se dejaban hasta el día siguiente. Nadie
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