History, Wonder Tales, Fairy Tales, Myths and Legends Principales Leyendas, Mitos y Cuentos Chilenos | Page 210
Y calmar la ira de un Pillan a veces exige sacrificios inolvidables.
La tribu del cacique Huanquimil vivía hace mucho tiempo en el valle de Mamuil
Malal, contra la ladera norte del Lanin, donde los pehuelches se levantan en hiestos
y oscuros como centinelas, donde crecen los amankays como una sorpresa repetida
y corren las maras entre la espesura.
Una vez, un grupo de muchachos recorría el bosque buscando caza, siguiendo las
huellas de un huemul. Decididos, con el carcaj y el cuchillo bajo el manto de lana y
seguidos por los perros, iban subiendo la ladera.
- Seguro que se fue para el torrente – dijo uno – allí lo atraparemos. – Y sin mas
palabras marcharon, optimistas, siempre hacia arriba, siguiendo la rastrillada que
circunda la montaña.
Sus pasos se hicieron sigilosos al acercarse a la cascada. Era un arroyito, apenas un
hilo de agua que bajaba desde la cumbre, donde piedras o ramas caídas formaban
aquí o allá pequeños estanques, donde el bosque perdía toda rudeza, tapizado de
musgo y adornado de flores.
Ocultos y en silencio, esperaron al huemul. Después de un rato que pareció muy
largo, el animal llego al claro y se puso a beber delicadamente el agua transparente.
Los muchachos apuntaron sus flechas, pero los perros, inquietos se les adelantaron
y espantaron al ciervo, que se escapo rápidamente ladera arriba, buscando el
refugio de los arboles.
Y comenzó la persecución. Los perros olfateaban la huella y corrían, erizados,
mientras los cazadores se separaban, subiendo por distintas sendas, para acorralar a
la presa. A veces el huemul se detenía y luego, asustado, volvía a escaparse,
siempre trepando montaña arriba, su única vía libre.
Ya estaban muy alto cuando lo atraparon, cuando arrinconaron contra las grandes
peñas al animal ya sin resuello. Así pudieron clavarle sus cuchillos, temblando
ellos también, sin aliento para gritar el triunfo, con el corazón batiendo como el
parche de un Kultrun y las pantorrillas dolorosas.
Una vez recuperados, miraron a su alrededor antes de comenzar el descenso.
No conocían ese sitio, nunca habían subido tan alto por las laderas del Lanin, y el
paisaje había perdido su aspecto familiar. Ya no había arboles, con hongos
sembrados a sus pies; ya no se veían mas pájaros ni flores; aquí y allá se
encontraban los huesos blancos de algún animal muerto; el suelo rocoso no se
escondía bajo la alfombra de hojas, de frutos, de ramitas... se desnudaba, barrido
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