Historia de Motril | Page 186

tos o normas que les beneficiasen, sobre todo, en lo que se refiere a posesiones de tierra, uso del agua de la acequia, nombramientos militares, cargos que llevaban aparejados sueldos, honores o un reconocimiento social.
La entrada en funcionamiento de la elección de diversos representantes populares daba lugar a que cada partido, facción o incluso individuo buscasen la mejor manera de defender sus intereses. Por eso, era habitual que ocasionara choques de intereses y propuestas diversas entre las personas a las que había que elegir. Presiones, agresiones, luchas, enfrentamientos, ceses y nombramientos eran situaciones habituales que generaban no pocos conflictos y en las que algunos trabajadores municipales o del Estado perdían o ganaban un puesto de trabajo según el resultado de las urnas. Así podemos imaginarnos todos los trucos y marrullerías que se intentaban.
Como comentaba el insigne cronista oficial de Motril, don Francisco Pérez:
Me acuerdo del susto de tres zambombazos que sonaron entrada una noche. Eran « los santolios », o sea tres cohetes gordos, de a duro, que disparaban los contrarios cuando había cambio de alcalde. El alcalde nuevo nombraba a tres electoreros suyos guardias municipales, y éstos cogían a los cesantes y les quitaban en medio de la calle la guerrera y el sable distintivo de su función. Esto se llamaba « el esnúen ». El alcalde, salvo honrosas excepciones, se llevaba a la casa la arquilla con la recaudación de los consumos y pagaba a los empleados tres o cuatro mensualidades al año 33.
Los resultados de esta realidad política se trasladan a la vida cotidiana, con el consiguiente efecto sobre ese vecindario. Estamos hablando de una gran diferencia entre nuestra visión de la vida del siglo XXI y la cruel realidad que tenían que soportar buena parte de la población motrileña y, en general, las clases medias y bajas en España a mediados del siglo XIX: un hombre a los cincuenta años, si los alcanzaba, era un anciano. Las mujeres, a los cuarenta años, abuelas, físicamente destrozadas, si no habían muerto en alguno de los múltiples partos.
Por otra parte, la mortalidad infantil alcanzaba niveles muy importantes. Y, todavía, la tuberculosis, el sarampión o la viruela, el propio cólera, incluso la lepra, producían un buen número de defunciones al cabo del año, al igual que ciertas fiebres y calenturas.
La limpieza individual y colectiva era escasa 34 y el hospital de Santa Ana 35, apenas podía atender las demandas de beneficencia, con unos resultados, por otra parte, escasos en una sociedad donde lavativas y cataplasmas eran los remedios habituales, junto con la aplicación de remedios a través de plantas y flores del entorno.
Y es que estamos hablando de una sociedad anquilosada, prácticamente, en actitudes y planteamientos de varios siglos atrás. Las personas apenas salían de ese estrecho entorno social de la clase a la que correspondían y que, a la vez, implicaba un corto horizonte de futuro, algo que se aprendía casi desde la cuna: infantes que, desde casi su nacimiento, participan con su presencia en las actividades agrícolas de sus padres; y cuyo esfuerzo en las mismas se hará efectivo desde edades bien tempranas:
5-7 años. La monda de los canutos de cañas era una buena escuela donde el esfuerzo y el trabajo hasta la extenuación era una forma de aprendizaje rápido. Algo parecido ocurría con las labores propias de la recogida de distintos frutos: algodón, almendra, aceituna, uva, cereal, etcétera; o de la artesanía: alfarería, tenería, etcétera. Los más privilegiados, hijos de los dueños o empleados de tiendas, tenían un aprendizaje un tanto más sosegado, pero en casi todos los casos muy alejado de lo que puede ser una escuela.
Lo habitual era que, casi exclusivamente, los hijos de las familias más acomodadas dispusieran de maestros particulares, que acudían a sus casas para instruirles. Y es que la formación básica, como en la actualidad la conocemos, no entraba dentro de los deberes del Estado para con el ciudadano.
De hecho, ya en 1856 se ven los efectos de los nuevos criterios gubernamentales para promover la enseñanza. Aunque no será hasta 1860 cuando los efectos de la ley Moyano comiencen a hacer efecto: el Cabildo motrileño alquila viviendas particulares que habilita como escuelas o casas-escuela( las que se podían habitar) 36. Pero no olvidemos que aquí se preocupan más por la cantidad de alumnos que puede recoger cada maestro dentro de sus aulas 37 que por la calidad y el rendimiento de los mismos, que apenas pasa del conocimiento de las cuatro reglas y operaciones
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INTERIOR HISTORIA DE MOTRIL. pmd 186 05 / 01 / 2011, 10:24