HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 72

me imaginé exactamente? ¿Tenía problemas financieros, de trabajo, emocionales? –Emocionales –dije rápidamente. –¿Que le pareció mi esposa? –Observé que no es guapa y ello me complació. También le he preguntado a la criada si es su esposa la que ha decorado su casa porque me gusta la decoración. Creo que la estaba comparando conmigo. Lamento haber dicho que su esposa no es guapa. –Eso no es malo, si no pensó nada más. –También pensé que la noche del concierto yo estaba guapa. –Desde luego, estaba en beauté (más guapa que nunca). ¿Nada más? –No. –Está repitiendo la experiencia de su infancia. Identifica a mi esposa, que tiene cuarenta años, con su madre y se plantea si podrá ganarle a su padre (o a mí). Mi esposa representa a su madre y por eso le desagrada. De niña debió de tener muchos celos de su madre. Habla mucho de la necesidad de las mujeres de sentirse subyugadas, del placer que, según él, yo todavía no conozco de dejarse llevar enteramente. Primero en lo físico, porque Henry me ha excitado de forma profunda. Empiezo a encontrar fallos en sus fórmulas, empieza a irritarme que clasifique tan de prisa mis sueños e ideas. Cuando guarda silencio, analizo mis propios actos y sentimientos. Naturalmente, podría decir que trato de encontrar sus imperfecciones, de verlo como un igual, porque me ha sacado la confesión sobre su esposa. En este momento, lo considero notablemente más fuerte que yo y quiero equilibrar la balanza haciendo un análisis propio de los brazaletes. Por lo tanto, soy medio sumisa, medio rebelde. Allendy acentúa la ambivalencia de mis deseos, percibe que también se está acercando a la clave sexual de mi neurosis, y me. doy cuenta de que es, asimismo, un experto detective. A fin de poner a Hugo a prueba, he hablado un par de veces de la idea de tener una noche «libre», quizás una vez a la semana, en que salgamos por separado. Está claro que a él no le produce ningún placer salir con Henry, a causa de unos oscuros celos. Finalmente hemos acordado que yo podía ir al cine con Henry y Fred mientras él salía con Eduardo. En el último momento Eduardo no ha podido. Le he propuesto dejarlo para otro día, pero no ha querido de ninguna manera. Ha dicho que saldría de todos modos y que era bueno para los dos. Lo ha dicho en un tono de voz normal. No estoy segura de si secretamente se sentía dolido por mi solicitud de independencia. Mantenía que no. Tanto si le sabe mal como si no, era necesario. Considero que gradualmente aprovechará la libertad. –¿Piensas que libertad quiere decir que nos estamos distanciando? –me preguntó con ansiedad. Lo negué. Desde luego, me he apartado de él sexualmente, y, si hay celos en mí, no se deben a una pasión física por él sino a una pura ansia de posesión. Y puesto que no le entrego mi cuerpo en el sentido estricto, tiene pleno derecho a la libertad y más. Sería justo que encontrara en otro sitio las mismas alegrías que yo he encontrado con Henry. Si lo que dice Allendy es cierto, ambos hemos de encontrar la pasión fuera de nuestro amor. Naturalmente, esto me cuesta un esfuerzo. Podría quedarme a Hugo sólo para mí. La idea de la libertad no se le ha ocurrido a él. Soy yo quien la ha sugerido. Natasha diría que soy tonta. ¿Qué puedo hacer con mi felicidad? ¿Cómo puedo guardarla, ocultarla, enterrarla donde no la pierda nunca? Quiero arrodillarme mientras cae sobre mí como si fuera lluvia, envolverla con encajes y seda y oprimirla contra mí de nuevo. Henry y yo estamos tumbados totalmente vestidos bajo la áspera manta de su cama. Habla de su propia felicidad. «Esta noche no te puedo dejar marchar, Anaïs, te quiero aquí toda la noche. Siento que me perteneces.» Pero luego, sentados muy juntos en el café, deja ver su falta de confianza, sus dudas. El diario rojo lo entristeció. Leyó que ejercía un poder sensual sobre mí. «¿Nada más? ¿Nada más?», pregunta. ¿No es nada más para mí? Entonces, pronto terminará, un enamoramiento pasajero. Deseo sexual. Quiere mi amor. Necesita la seguridad de mi amor. Le digo que le amo desde que pasé esos días con él en Clichy. «Al principio quizá sí era meramente sensual, pero ahora no.» 72