Allendy me pide que me relaje y que le diga lo que pasa por mi mente. Pero lo que pasa por mi mente es
el análisis de mi vida. Allendy: «Está tratando de identificarse conmigo, hacer mi trabajo. ¿No ha sentido
deseos de superar a los hombres en su trabajo? ¿Humillarlos con su éxito?»
–En absoluto. Ayudo constantemente a los hombres en su trabajo, hago sacrificios por ellos. –Los aliento,
admiro, aplaudo. No, Allendy se equivoca de medio a medio.
–A lo mejor es una de esas mujeres que son amigas y no enemigas de los hombres –dice.
–Más que eso. Mi sueño original era estar casada con un genio y servirlo, no serlo yo. Cuando escribí el
libro sobre Lawrence, quería que Eduardo colaborara conmigo. Aun ahora sé que él hubiera escrito uno
mejor, pero soy yo la que tengo la energía necesaria, la voluntad.
Allendy: «Ya conoce el complejo de Diana, la mujer que le envidia al hombre su poder sexual.»
–Sí, lo he sentido, sexualmente. Me hubiera gustado ser capaz de poseer a June y a otras mujeres hermosas.
Hay ideas que Allendy abandona, como si percibiera mi susceptibilidad. Cada vez que toca mi falta de
confianza, sufro. Sufro cuando toca mi potencia sexual, mi salud, o mi sensación de soledad, porque no
puedo confiar plenamente en ningún hombre.
Me recuesto y siento una oleada de dolor, de desespero. Allendy me ha herido. Lloro. También lloro de
vergüenza, de autocompasión. Me siento débil. No quiero que me vea llorar y me vuelvo. Luego me pongo de pie y le hago frente. Tiene unos ojos muy dulces. Quiero que me considere una mujer superior.
Quiero que me admire. Me gusta cuando dice: «Usted ha sufrido mucho.»
Cuando me marcho me siento como en un sueño, relajada, cálida, como si hubiera atravesado regiones
fantásticas. Eduardo dice que soy como una gallina sentada encima de sus huevos.
Allendy: «¿Qué es exactamente lo que la disgustó la última vez?»
–Me pareció que algunas de las cosas que decía eran ciertas.
Me gustaría hablarle francamente de los días que he pasado con Henry. Después de Henry, el análisis me
resulta repugnante. Empiezo con docilidad pero luego siento una creciente resistencia. Admito ante
Allendy que no lo odio sino que me ha gustado, de una manera femenina, que me haya hecho llorar. «Ha
demostrado ser más fuerte que yo. Me gusta.»
Sin embargo, a medida que transcurre el tiempo empiezo a sentir que está provocando dificultades que yo
hubiera podido superar fácilmente, que reaviva mis miedos y mis dudas. Por eso lo odio. Mientras lee mis
sueños observa que están escritos con una franqueza más que masculina. Descubro que está sondeando los
elementos masculinos que hay en mí. ¿Amo a Henry por que me identifico con él y con su amor y posesión de June? No, es falso. Pienso en la noche en que Henry me enseñó a ponerme encima suyo y cómo
me desagradó. Estaba más contenta debajo, pasivamente. Pienso en mi incertidumbre respecto a las mujeres, en que no estoy segura del papel que quiero desempeñar. En un sueño era June la que tenía un pene.
Y al mismo tiempo admito ante Allendy que he imaginado que como lesbiana podría llevar una vida más
libre porque elegiría a una mujer, la protegería, trabajaría para ella, la amaría por su belleza y ella podría
amarme como se ama a un hombre, por su talento, por sus hazañas, por su carácter. (Recordaba a Stephen
en The Well of Loneliness, que no era guapo, que tenía incluso cicatrices de guerra, pero Mery lo amaba.)
Ello constituiría un alivio del tormento de la falta de confianza en mis poderes femeninos. Eliminaría toda
la preocupación por la belleza, la salud o la potencia sexual. Me daría confianza porque todo dependería
de mi talento, inventiva y habilidad artística, en los cuales confío.
Al mismo tiempo me di cuenta de que Henry me amaba por estas cosas y yo me estaba acostumbrando.
Henry otorga menos importancia a mis encantos físicos. Podría curarme sola. En realidad no lo necesito,
Allendy.
Cada vez que me pide que cierre los ojos, me relaje y hable, prosigo mi propio análisis. Me digo a mí
misma: «Me dice poco que no sepa ya.» Pero no es cierto, porque me ha aclarado la idea de la culpabilidad. De repente comprendí por qué tanto Henry como yo le escribimos cartas de amor a June cuando nos
estábamos enamorando el uno del otro. También ha sacado a la luz la idea del castigo. Me llevo a Hugo a
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