HENRY & JUNE - ANAïS NIN | Page 115

dando lo que Henry me ha quitado.» Y yo me oigo responder con palabras enfebrecidas. Esta escena del taxi –las rodillas pegadas, las manos entrelazadas, las mejillas juntas– sucede aun siendo conscientes de nuestra enemistad fundamental. Estamos enfrentadas. Sin embargo, no puedo hacer nada por Henry. Cuando ella está presente, es demasiado débil, igual que es débil en mis manos. Mientras le digo que la amo pienso en cómo puedo salvar a Henry, el niño, ya no el amante, porque su debilidad lo ha convertido en un niño. Mi cuerpo recuerda a un hombre que ha muerto. ¡Qué juego más soberbio estamos jugando los tres! ¿Quién es el demonio? ¿Quién el mentiroso? ¿Quién el ser humano? ¿Quién el más listo? ¿Quién el más fuerte? ¿Quién el que más ama? ¿Somos tres enormes egos luchando por la dominación o por el amor, o están mezcladas estas cosas? Siento deseos de proteger tanto a Henry como a June. Les doy de comer, trabajo para ellos, me sacrifico por ellos. También he de darles vida porque se destruyen mutuamente. Henry se angustia porque vuelva a casa andando desde la estación a media noche después de ir a despedir a June, y June dice: «Me da miedo tu perfección, tu agudeza», y se cobija en mis brazos para empequeñecerse. Luego recibo una hermosa carta de Henry, la más sincera, debido a su simplicidad: «Anaïs, gracias a ti esta vez no me está aplastando... No pierdas la fe en mí, te lo suplico. Te amo más que nunca, de veras, de veras. Me da rabia tener que poner por escrito lo que me gustaría contarte de las dos primeras noches que he pasado con June, pero cuando te vea y te lo diga, te darás cuenta de la absoluta sinceridad de mis palabras. Y al mismo tiempo, por extraño que parezca, no me peleo con June. Es como si tuviera más paciencia, más comprensión y compasión que antes... Te he echado mucho de menos y he pensado en ti en momentos en que, Dios me ayude, un hombre cuerdo y normal no debería... Y, por favor, querida Anaïs, no me digas cosas crueles como me dijiste por teléfono, que eres feliz por mí; ¿qué quiere decir eso? Ni soy feliz ni muy infeliz; tengo una sensación de tristeza y melancolía que no puedo explicar del todo. Te quiero. Si me abandonas ahora, estaré perdido. Has de creer en mí por muy difícil que te resulte algunas veces. ¿Me preguntas si me gustaría ir a Inglaterra? Anaïs, ¿qué voy a decir? Que claro que me gustaría ir contigo, me gustaría estar siempre contigo. Y te digo esto ahora que June ha venido con la mejor actitud, ahora que tendría que haber más esperanza que nunca, si yo quisiera que hubiera esperanza. Pero como tú en relación a Hugo, me parece que es demasiado tarde. Yo ya lo he superado. Y ahora, sin duda, he de vivir una mentira triste y hermosa con ella durante un tiempo que a ti te causa angustia y a mi un dolor terrible. »Y tal vez verás en June más cosas que nunca, y estás en tu derecho, y quizá me odiarás o me despreciarás, pero ¿qué puedo hacer yo? Acepta a June tal como es; puede significar mucho para ti, pero no permitas que se interponga entre nosotros. Lo que vosotras dos tengáis que ofreceros mutuamente no es cosa mía. Te amo, recuérdalo. Y, por favor, no me castigues evitándome.» Anoche lloré. Lloré porque el proceso a través del cual me he hecho mujer ha sido doloroso. Lloré porque he dejado de ser una niña con una fe ciega de niña. Lloré porque he abierto los ojos a la realidad, al egoísmo de Henry, al ansia de poder de June, a mi insaciable creatividad, que ha de mezclarse con otros y no se basta a sí misma. Lloré porque ya no puedo creer y me encanta creer. Todavía soy capaz de amar apasionadamente, pero sin creer. Eso quiere decir que amo humanamente. Lloré porque de ahora en adelante lloraré menos. Lloré porque ha desaparecido el dolor y todavía no estoy acostumbrada a su ausencia. Henry va a venir esta tarde y mañana salgo con June. FIN DE “HENRY Y JUNE” 115