Hatun Hillakuy 2008-Hatun Willakuy. Versión abreviada del Informe | Page 25
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Tanta muerte y tanto sufrimiento no se pueden acumular simplemente por el
funcionamiento ciego de una institución o de una organización. Se necesita, como
complemento, la complicidad o al menos la anuencia de quienes tienen autoridad
y por lo tanto facultades para evitar una desgracia. La clase política que gobernó
o tuvo alguna cuota de poder oficial en aquellos años tiene grandes explicaciones
que dar al Perú. Hemos reconstruido esta historia y hemos llegado al convenci-
miento de que ella no hubiera sido tan grave si no fuera por la indiferencia, la
pasividad o la simple ineptitud de quienes entonces ocuparon los más altos car-
gos públicos. Este informe señala, pues, las responsabilidades de esa clase polí-
tica que, debemos recordarlo, no ha realizado todavía una debida asunción de sus
culpas en la desgracia de los compatriotas a los que quisieron, y tal vez quieran
todavía, gobernar.
Es penoso, pero cierto: quienes pidieron el voto de los ciudadanos del Perú para
tener el honor de dirigir nuestro Estado y nuestra democracia; quienes juraron
hacer cumplir la Constitución que los peruanos se habían dado a sí mismos en ejer-
cicio de su libertad, optaron con demasiada facilidad por ceder a las fuerzas arma-
das esas facultades que la Nación les había dado. Quedaron, de este modo, bajo
tutela las instituciones de la recién ganada democracia; se alimentó la impresión
de que los principios constitucionales eran ideales nobles pero inadecuados para
gobernar a un pueblo al que —en el fondo— se menospreciaba al punto de igno-
rar su clamor, reiterando la vieja práctica de relegar sus memoriales al lugar al que
se ha relegado, a lo largo de nuestra historia, la voz de los humildes: el olvido.
En un país como el nuestro, combatir el olvido es una forma poderosa de hacer
justicia. Estamos convencidos de que el rescate de la verdad sobre el pasado
—incluso de una verdad tan dura, tan difícil de sobrellevar como la que nos fue
encomendado buscar— es una forma de acercarnos más a ese ideal de democra-
cia que los peruanos proclamamos con tanta vehemencia y practicamos con tan-
ta inconstancia.
En el momento en el que la CVR fue instituida, el Perú asistía, una vez más, a
un intento entusiasta de recuperar la democracia perdida. Y sin embargo, para que
ese entusiasmo tenga fundamento y horizonte, creemos indispensable recordar
que la democracia no se había perdido por sí sola. La democracia fue abandona-
da poco a poco por quienes no supimos defenderla. Una democracia que no se
ejerce con cotidiana terquedad pierde la lealtad de sus ciudadanos y cae sin lágri-
mas. En el vacío moral del que medran las dictaduras las buenas razones se pier-
den y los conceptos se invierten, privando al ciudadano de toda orientación
ética: la emergencia excepcional se vuelve normalidad permanente; el abuso
masivo se convierte en exceso; la inocencia acarrea la cárcel; la muerte, final-
mente, se confunde con la paz.
El Perú está en camino, una vez más, de construir una democracia. Lo está
por mérito de quienes se atrevieron a no creer en la verdad oficial de un régimen
dictatorial; de quienes llamaron a la dictadura, dictadura; a la corrupción, corrup-