HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 56
—Seguro que yo estaré en Hufflepuff —dijo Harry desanimado.
—Es mejor Hufflepuff que Slytherin —dijo Hagrid con tono lúgubre—. Las
brujas y los magos que se volvieron malos habían estado todos en Slytherin.
Quien-tú-sabes fue uno.
—¿Vol... perdón... Quien-tú-sabes estuvo en Hogwarts?
—Hace muchos años —respondió Hagrid.
Compraron los libros de Harry en una tienda llamada Flourish y Blotts, en
donde los estantes estaban llenos de libros hasta el techo. Había unos
grandiosos forrados en piel, otros del tamaño de un sello, con tapas de seda,
otros llenos de sím bolos raros y unos pocos sin nada impreso en sus páginas.
Hasta Dudley, que nunca leía nada, habría deseado tener alguno de aquellos
libros. Hagrid casi tuvo que arrastrar a Harry para que dejara Hechizos y
contrahechizos (encante a sus amigos y confunda a sus enemigos con las más
recientes venganzas: Pérdida de Cabello, Piernas de Mantequilla, Lengua
Atada y más, mucho más), del profesor Vindictus Viridian.
—Estaba tratando de averiguar cómo hechizar a Dudley
—No estoy diciendo que no sea una buena idea, pero no puedes utilizar la
magia en el mundo muggle, excepto en circunstancias muy especiales —dijo
Hagrid—. Y de todos modos, no podrías hacer ningún hechizo todavía,
necesitarás mucho más estudio antes de llegar a ese nivel.
Hagrid tampoco dejó que Harry comprara un sólido caldero de oro (en la
lista decía de peltre) pero consiguieron una bonita balanza para pesar los
ingredientes de las pociones y un telescopio plegable de cobre. Luego visitaron
la droguería, tan fascinante como para hacer olvidar el horrible hedor, una
mezcla de huevos pasados y repollo podrido. En el suelo había barriles llenos
de una sustancia viscosa y botes con hierbas. Raíces secas y polvos brillantes
llenaban las paredes, y manojos de plumas e hileras de colmillos y garras
colgaban del techo. Mientras Hagrid preguntaba al hombre que estaba detrás
del mostrador por un surtido de ingredientes básicos para pociones, Harry
examinaba cuernos de unicornio plateados, a veintiún galeones cada uno, y
minúsculos ojos negros y brillantes de escarabajos (cinco knuts la cucharada).
Fuera de la droguería, Hagrid miró otra vez la lista de Harry
—Sólo falta la varita... Ah, sí, y todavía no te he buscado un regalo de
cumpleaños.
Harry sintió que se ruborizaba.
—No tienes que...
—Sé que no tengo que hacerlo. Te diré qué será, te compraré un animal.
No un sapo, los sapos pasaron de moda hace años, se burlarán... y no me
gustan los gatos, me hacen estornudar. Te voy a regalar una lechuza. Todos
los chicos quieren tener una lechuza. Son muy útiles, llevan tu correspondencia
56