HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 53
atrapado —añadió.
—¿Cada cuánto tiempo comprueban que no se haya quedado nadie
dentro? —quiso saber Harry.
—Más o menos cada diez años —dijo Griphook, con una sonrisa maligna.
Algo realmente extraordinario tenía que haber en aquella cámara de
máxima seguridad, Harry estaba seguro, y se inclinó anhelante, esperando ver
por lo menos joyas fabulosas, pero la primera impresión era que estaba vacía.
Entonces vio el sucio paquetito, envuelto en papel marrón, que estaba en el
suelo. Hagrid lo cogió y lo guardó en las profundidades de su abrigo. A Harry le
hubiera gustado conocer su contenido, pero sabía que era mejor no preguntar.
—Vamos, regresemos en ese carro infernal y no me hables durante el
camino; será m ejor que mantengas la boca cerrada —dijo Hagrid.
Después de la veloz trayectoria, salieron parpadeando a la luz del sol, fuera de
Gringotts. Harry no sabía adónde ir primero con su bolsa llena de dinero. No
necesitaba saber cuántos galeones había en una libra, para darse cuenta de
que tenía más dinero que nunca, más dinero incluso que el que Dudley tendría
jamás.
—Tendrías que comprarte el uniforme —dijo Hagrid, señalando hacia
«Madame Malkin, túnicas para todas las ocasiones»—. Oye, Harry; ¿te importa
que me dé una vuelta por el Caldero Chorreante? Detesto los carros de
Gringotts. —Todavía parecía mareado, así que Harry entró solo en la tienda de
Madame Malkin, sintiéndose algo nervioso.
Madame Malkin era una bruja sonriente y regordeta, vestida de color
malva.
—¿Hogwarts, guapo? —dijo, cuando Harry empezó a hablar—. Tengo
muchos aquí... En realidad, otro muchacho se está probando ahora.
En el fondo de la tienda, un niño de rostro pálido y puntiagudo estaba de
pie sobre un escabel, mientras otra bruja le ponía alfileres en la larga túnica
negra. Madame Malkin puso a Harry en un escabel al lado del otro, le deslizó
por la cabeza una larga túnica y comenzó a marcarle el largo apropiado.
—Hola —dijo el muchacho—. ¿También Hogwarts?
—Sí —respondió Harry.
—Mi padre está en la tienda de al lado, comprando mis libros, y mi madre
ha ido calle arriba para mirar las varitas —dijo el chico. Tenía voz de aburrido y
arrastraba las palabras—. Luego voy a arrastrarlos a mirar escobas de carrera.
No sé por qué los de primer año no pueden tener una propia. Creo que voy a
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