HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 30
Tío Vernon regresó sonriente. Llevaba un paquete largo y delgado y no
contestó a tía Petunia cuando le preguntó qué había comprado.
—¡He encontrado el lugar perfecto! —dijo—. ¡Vamos! ¡Todos fuera!
Hacia mucho frío cuando bajaron del coche. Tío Vernon señalaba lo que
parecía una gran roca en el mar. Y, encima de ella, se veía la más miserable
choza que uno se pudiera imaginar. Una cosa era segura, allí no había
televisión.
—¡Han anunciado tormenta para esta noche! —anunció alegremente tío
Vernon, aplaudiendo—. ¡Y este caballero aceptó gentilmente alquilarnos su
bote!
Un viejo desdentado se acercó a ellos, señalando un viejo bote que se
balanceaba en el agua grisácea.
—Ya he conseguido algo de comida —dijo tío Vernon—. ¡Así que todos a
bordo!
En el bote hacía un frío terrible. El mar congelado los salpicaba, la lluvia les
golpeaba la cabeza y un viento gélido les azotaba el rostro. Después de lo que
pareció una eternidad, llegaron al peñasco, donde tío Vernon los condujo hasta
la desvencijada casa.
El interior era horrible: había un fuerte olor a algas, el viento se colaba por
las rendijas de las paredes de madera y la chimenea estaba vacía y húmeda.
Sólo había dos habitaciones.
La comida de tío Vernon resultó ser cuatro plátanos y un paquete de
patatas fritas para cada uno. Trató de encender el fuego con las bolsas vacías,
pero sólo salió humo.
—Ahora podríamos utilizar una de esas cartas, ¿no? —dijo alegremente.
Estaba de muy buen humor. Era evidente que creía que nadie se iba a
atrever a buscarlos allí, con una tormenta a punto de estallar. En privado, Harry
estaba de acuerdo, aunque el pensamiento no lo alegraba.
Al caer la noche, la tormenta prometida estalló sobre ellos. La espuma de
las altas olas chocaba contra las paredes de la cabaña y el feroz viento
golpeaba contra los vidrios de las ventanas. Tía Petunia encontró unas pocas
mantas en la otra habitación y preparó una cama para Dudley en el sofá. Ella y
tío Vernon se acostaron en una cama cerca de la puerta, y Harry tuvo que
contentarse con un trozo de suelo y taparse con la manta más delgada.
La tormenta aumentó su ferocidad durante la noche. Harry no podía dormir.
Se estremecía y daba vueltas, tratando de ponerse cómodo, con el estómago
rugiendo de hambre. Los ronquidos de Dudley quedaron amortiguados por los
truenos que estallaron cerca de la medianoche. El reloj luminoso de Dudley,
colgando de su gorda muñeca, informó a Harry de que tendría once años en
diez minutos. Esperaba acostado a que llegara la hora de su cumpleaños,
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