HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 25
que no queremos...
Harry pudo ver los zapatos negros brillantes de tío Vernon yendo y
viniendo por la cocina.
—No —dijo finalmente—. No, no les haremos caso. Si no reciben una
respuesta... Sí, eso es lo mejor... No haremos nada...
—Pero...
—¡No pienso tener a uno de ellos en la casa, Petunia! ¿No lo juramos
cuando recibimos y destruimos aquella peligrosa tontería?
Aquella noche, cuando regresó del trabajo, tío Vernon hizo algo que no
había hecho nunca: visitó a Harry en su alacena.
—¿Dónde está mi carta? —dijo Harry, en el momento en que tío Vernon
pasaba con dificultad por la puerta—. ¿Quién me escribió?
—Nadie. Estaba dirigida a ti por error —dijo tío Vernon con tono cortante—.
La quemé.
—No era un error —dijo Harry enfadado—. Estaba mi alacena en el sobre.
—¡SILENCIO! —gritó el tío Vernon, y unas arañas cayeron del techo.
Respiró profundamente y luego sonrió, esforzándose tanto por hacerlo que
parecía sentir dolor.
—Ah, sí, Harry, en lo que se refiere a la alacena... Tu tía y yo estuvimos
pensando... Realmente ya eres muy mayor para esto... Pensamos que estaría
bien que te mudes al segundo dormitorio de Dudley
—¿Por qué? —dijo Harry
—¡No hagas preguntas! —exclamó—. Lleva tus cosas arriba ahora mismo.
La casa de los Dursley tenía cuatro dormitorios: uno para tío Vernon y tía
Petunia, otro para las visitas (habitualmente Marge, la hermana de Vernon), en
el tercero dormía Dudley y en el último guardaba todos los juguetes y cosas
que no cabían en aquél. En un solo viaje Harry trasladó todo lo que le
pertenecía, desde la alacena a su nuevo dormitorio. Se sentó en la cama y miró
alrededor. Allí casi todo estaba roto. La filmadora estaba sobre un carro de
combate que una vez Dudley hizo andar sobre el perro del vecino, y en un rin-
cón estaba el primer televisor de Dudley, al que dio una patada cuando dejaron
de emitir su programa favorito. También había una gran jaula que alguna vez
tuvo dentro un loro, pero Dudley lo cambió en el colegio por un rifle de aire
comprimido, que en aquel momento estaba en un estante con la punta torcida,
porque Dudley se había sentado encima. El resto de las estanterías estaban
llenas de libros. Era lo único que parecía que nunca había sido tocado.
Desde abajo llegaba el sonido de los gritos de Dudley a su madre.
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