HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 132
—No puede ser —dijo Hagrid, con voz temblorosa—. Nada puede interferir
en una escoba, excepto la poderosa magia tenebrosa... Ningún chico le puede
hacer eso a una Nimbus 2.000.
Ante esas palabras, Hermione cogió los binoculares de Hagrid, pero en
lugar de enfocar a Harry comenzó a buscar frenéticamente entre la multitud.
—¿Qué haces? —gimió Ron, con el rostro grisáceo.
—Lo sabía —resopló Hermione—. Snape... Mira.
Ron cogió los binoculares. Snape estaba en el centro de las tribunas frente
a ellos. Tenía los ojos clavados en Harry y murmuraba algo sin detenerse.
—Está haciendo algo... Mal de ojo a la escoba —dijo Hermione.
—¿Qué podemos hacer?
—Déjamelo a mí.
Antes de que Ron pudiera decir nada más, Hermione había desaparecido.
Ron volvió a enfocar a Harry. La escoba vibraba tanto que era casi imposible
que pudiera seguir colgado durante mucho más tiempo. Todos miraban
aterrorizados, mientras los Weasley volaban hacía él, tratando de poner a salvo
a Harry en una de las escobas. Pero aquello fue peor: cada vez que se le
acercaban, la escoba saltaba más alto. Se dejaron caer y comenzaron a volar
en círculos, con el evidente propósito de atraparlo si caía. Marcus Flint cogió la
quaffle y marcó cinco tantos sin que nadie lo advirtiera.
—Vamos, Hermione —murmuraba desesperado Ron.
Hermione había cruzado las gradas hacia donde se encontraba Snape y en
aquel momento corría por la fila de abajo. Ni se detuvo para disculparse
cuando atropelló al profesor Quirrell y, cuando llegó donde estaba Snape, se
agachó, sacó su varita y susurró unas pocas y bien elegidas palabras.
Unas llamas azules salieron de su varita y saltaron a la túnica de Snape. El
profesor tardó unos treinta segundos en darse cuenta de que se incendiaba. Un
súbito aullido le indicó a la chica que había hecho su trabajo. Atrajo el fuego, lo
guardó en un frasco dentro de su bolsillo y se alejó gateando por la tribuna.
Snape nunca sabría lo que le había sucedido.
Fue suficiente. Allí arriba, súbitamente, Harry pudo subir de nuevo a su
escoba.
—¡Neville, ya puedes mirar! —dijo Ron. Neville había estado llorando
dentro de la chaqueta de Hagrid aquellos últimos cinco minutos.
Harry iba a toda velocidad hacia el terreno de juego cuando vieron que se
llevaba la mano a la boca, como si fuera a marearse. Tosió y algo dorado cayó
en su mano.
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