HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 110
Ron miró su reloj y luego echó una mirada furiosa a Hermione y Neville.
—Si nos atrapan por vuestra culpa, no descansaré hasta aprender esa
Maldición de los Demonios, de la que nos habló Quirrell, y la utilizaré contra
vosotros.
Hermione abrió la boca, tal vez para decir a Ron cómo utilizar la Maldición
de los Demonios, pero Harry susurró que se callara y les hizo señas para que
avanzaran.
Se deslizaron por pasillos iluminados por el claro de luna, que entraba por
los altos ventanales. En cada esquina, Harry esperaba chocar con Filch o la
Señora Norris, pero tuvieron suerte. Subieron rápidamente por una escalera
hasta el tercer piso y entraron de puntillas en el salón de los trofeos.
Malfoy y Crabbe todavía no habían llegado. Las vitrinas con trofeos
brillaban cuando las iluminaba la luz de la luna. Copas, escudos, bandejas y
estatuas, oro y plata reluciendo en la oscuridad. Fueron bordeando las
paredes, vigilando las puertas en cada extremo del salón. Harry empuñó su
varita, por si Malfoy aparecía de golpe. Los minutos pasaban.
—Se está retrasando, tal vez se ha acobardado —susurró Ron.
Entonces un ruido en la habitación de al lado los hizo saltar. Harry ya había
levantado su varita cuando oyeron unas voces. No era Malfoy.
—Olfatea por ahí, mi tesoro. Pueden estar escondidos en un rincón.
Era Filch, hablando con la Señora Norris. Aterrorizado, Harry gesticuló
salvajemente para que los demás lo siguieran lo más rápido posible. Se
escurrieron silenciosamente hacia la puerta más alejada de la voz de Filch.
Neville acababa de pasar, cuando oyeron que Filch entraba en el salón de los
trofeos.
—Tienen que estar en algún lado —lo oyeron murmurar—. Probablemente
se han escondido.
—¡Por aquí! —señaló Harry a los otros y, aterrados, comenzaron a
atravesar una larga galería, llena de armaduras. Podían oír los pasos de Filch,
acercándose a ellos. Súbitamente, Neville dejó escapar un chillido de miedo y
empezó a correr, tropezó, se aferró a la muñeca de Ron y se golpearon contra
una armadura.
Los ruidos eran suficientes para despertar a todo el castillo.
—¡CORRED! —exclamó Harry, y los cuatro se lanzaron por la galería, sin
darse la vuelta para ver si Filch los seguía. Pasaron por el quicio de la puerta y
corrieron de un pasillo a otro, Harry delante, sin tener ni idea de dónde estaban
o adónde iban. Se metieron a través de un tapiz y se encontraron en un
pasadizo oculto, lo siguieron y llegaron cerca del aula de Encantamientos, que
sabían que estaba a kilómetros del salón de trofeos.
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