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A las características propias del inmueble se
añadían otra serie de condicionantes que aupaban
al proyecto a la categoría de reto: partir de un pre-
supuesto reducido y conservar intacto su carácter
exterior (con un jardín delante y otro detrás).
Aunque para Mendaro ninguno de estos
requisitos suponía inconveniente alguno. Más
bien al contrario: “Cuanto más condicionantes,
más fácil de encontrar la esencia del proyecto”.
La arquitecta, al igual que Jorgen Leth, convirtió
las posibles trabas en aliadas de su causa.
La necesidad de respetar la fachada y exte-
riores, quizá la condición más castrante a prio-
ri, resultó ser la que más luz aportó al proceso:
“Fue más fácil pensar en vaciar la casita por
dentro (que era lo único que se podía hacer) y
potenciar ese espacio diáfano”.
Y así fue como Mendaro concibió su plan
para simplificar al máximo el inmueble. “Había
que pensar en un único espacio que sirviese
como taller, oficina y zona de exposiciones. La
forma de potenciar esa idea era escondiendo
todo lo demás”.
En la planta baja, esa simplificación pasaba
por liberar el espacio para el desarrollo de las
actividades de diversas naturaleza que debían
celebrarse en él y condensar y ocultar lo que
no tiene que verse. El lugar elegido para esto
último: un gran almacén con una puerta de tres
metros de alto. Esta se cierra automáticamente
mediante pesos y poleas. “Es una forma útil de
tener las puertas siempre cerradas, que en este
caso era importante para no ver el almacén que
esconde el desorden. Además, es una forma
más de potenciar la idea de proyecto: la de un
espacio único. Si las puertas se mantienen ce-
rradas, da la sensación de que la pared en la que
están es un muro blanco que contiene cosas,