Habitissimo Invierno 2019 | Page 115

habitissimo | página 113 el cliente, que ya ha visto los productos en el escaparate de la red social, se acerca a la buhardilla donde la artista le cuenta, le pregunta, le sugiere. Ahí se decide el tipo de pedido, el diseño o los colores. “Hay personas que me traen cosas que tienen en sus casas para hacer algo que vaya a juego, porque era el plato o la tetera de la abuela y quieren mezclarlo. Me siento como si yo pintara un cuadro y lo pusieran junto a un Velázquez. Lo que más me gusta de todo esto es el contacto con los clientes. Encontrarme con gente que no he visto en mi vida, de la que me hago amiga. En Instagram ya tengo verdaderos amigos íntimos”. El valor de la libertad Bárbara suele hacer unas tres vajillas al mes, una vez cerra- dos los pedidos de la temporada. No siempre acepta todos los encargos que recibe porque, en el fondo, la cerámica no representa su modo de ganarse la vida, sino, más bien, una de las maneras que tiene de disfrutar de ella, de hacer algo que le llena y que le gusta. Por eso repite una y otra vez, y por encima de todas, una palabra: libertad. “Es el término que mejor define mi trabajo. Yo quiero seguir siendo libre. Todo, menos que me impongan. Si, de repente, viene un cliente que no me está entendiendo, prefiero dejarlo y no aceptar, expli- cándoselo como es debido. Yo necesito poder crear y que me dejen un poco de libertad. Porque si no, no soy yo. Y también por el bien del cliente, porque las cosas salen mejor de esa manera. Sale lo mejor de ti si te dan alas, si no te hacen dudar y no te frenan”. Esa es la razón que explica su manera de tra- bajar, y que haya rechazado todas las sugerencias y ofertas para que transforme su producción para hacerla a una escala industrial. “Haría mucho más, pero no sería como ahora. Cada pieza está hecha a mano y es única, aunque tenga el mismo dibujo. De hecho, hay clientes que descubren uno de mis diseños en Instagram y me piden que les haga ese mismo y no otro. Incluso así, la pieza que se llevan es distinta a cualquier otra”. Es lo que ocurrió con dos de los últimos encargos que ha recibido, y cuyos destinatarios se encuentran en Miami y en México. Desde allí contactaron con ella a través de internet, y en uno de los casos le pidieron el dibujo que hizo para una vajilla a la que Bárbara le tiene un cariño especial: las 600 piezas que dibujó a mano, una a una, para entregarlas como regalo a los invitados y a todas las personas que, de una u otra manera, habían participado en la boda de uno de sus hijos. Y a pesar de todo el trabajo, de las horas y horas de plumilla y dibujos, de las numerosas mezclas de pinturas y del calor que desprenden los dos hornos cilíndricos junto a los que se sienta en el altillo de su casa, Bárbara Pan de Soraluce sigue adorando lo que hace y sintiendo una pena tremenda cada vez que tiene que desprenderse de sus creaciones. “Muchas veces lloro. Aunque sé que van a llegar a personas que las van a apreciar. No te imaginas los mensajes que recibo. De verdad. Eso es lo máximo. Mucho más que haber hecho la vajilla. Me meten en sus vidas, en sus casas. Estoy ahí, en algo que quie- ren mucho, en una parte buena de su día a día. Y eso me encanta”. Sonríe, y de verdad se la ve feliz. Ella dice que ahora la gente la conoce por ser quien es, y no por ser la hija o la esposa de alguien –su marido es el expresidente de Bankinter y uno de los funda- dores de la Fundación Sociedad y Empresa Respon- sable, Juan Arena de la Mora–. Para Bárbara todo empezó con la foto de tres platos con flores que a su hija se le ocurrió subir a Instagram. “Todavía me sigo asombrando cada día con lo que está pasando. No me acostumbro a la repercusión, a que me vengan a preguntar, a los pedidos, a los mensajes. No sé si tengo realmente algo interesante que decir”. La respuesta puede que esté en los miles de se- guidores que admiran y valoran Los Platos de Pan desde cualquier rincón del mundo.