un cambio que es cultural. Es una elección casi filosófica: cómo queremos vivir. Es el
atroz contraste entre imaginar inmensas góndolas de supermercados, abarrotadas de
paquetes industrializados bajo la tenue luz de los tubos fluorescentes y una feria al aire
libre, en una plaza, con productores que comercializan su mercadería a precio justo
mientras en el mismo marco, se intercambian semillas y venden plantines.
Basta de pueblos fumigados, basta de escuelas fumigadas; basta del escándalo de la
fumigación. No solo somos soñadores por darnos la libertad de vislumbrar un ideal que
incluya la integración de trabajadores rurales, la participación justa de pequeños
productores y la renovación ideológica que empuje a distribuir tierras y ganancias,
permitiendo el acceso a la tierra y una verdadera soberanía alimentaria. La rueda ya está
girando. En lo inmediato, unimos nuestras voces para dar el primer paso: generar
conciencia. A partir de allí será insostenible mantener las prácticas actuales en ámbitos
urbanos y en zonas rurales habitadas, empezando a correr las fronteras que alguna vez
quisiéramos ver desvanecerse.
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