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Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
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La visita
Desde aquel día, el padre superior, que era más serio que un dolor de muelas,
no volvió a regañar a fray Perico cuando se dormía en el rezo, y hasta él mismo
daba alguna cabezada que otra a la hora de maitines.
Echaba carreritas por los pasillos cuando nadie le veía, y un día soltó durante
la comida un saltamontes que cayó en el plato de fray Ezequiel, y nadie
sospechó que había sido fray Nicanor, que se mondaba bajo la capucha. Y los
ratones, envalentonados, se instalaron en la despensa de fray Pirulero y en los
tubos del órgano de fray Ezequiel. Por la noche, los frailes dormían con
calcetines, aunque estaba rigurosamente prohibido.
Hasta que un día, el padre visitador se enteró de todas esas cosas y se
presentó de improviso en el convento. Llamó a la puerta y nadie le abrió; llamó
otra vez y otra, y se quedó con la cuerda de la campanilla en la mano.
-¡Vaya convento!
Entró por una ventana y se encontró a fray Simplón jugando con el gato.
Cogió al fraile de la oreja y le gritó:
-¿Por qué no has abierto la puerta, hermano?
-Porque soy sordo.
El padre visitador se puso colorado por la poca caridad que había tenido y se
metió en la iglesia. Los frailes estaban en oración y quedó impresionado del
recogimiento que reinaba en el recinto. Pasó una hora, dos, y el padre visitador
notó por los ronquidos que estaban todos durmiendo.
Tosió y los frailes, sobresaltados, se despertaron y se les cayeron los libros al
suelo.
-Conque soñando, ¿eh?
-Sí, padre, soñábamos con el cielo.
El padre visitador quedó un poco confuso. Vio a San Francisco, que se había
puesto serio para disimular, y se reclinó un momento para rezar un
Padrenuestro.
-Parece que San Francisco mueve la barba -se dijo el padre visitador-. Yo
también debo de estar soñando.
Al llegar al comedor se sentó a la mesa con los frailes. Probó la miel de fray
Ezequiel y dijo:
-Está exquisita.
Probó el chocolate de fray Cucufate y dijo:
-Está delicioso.
Probó el vino de fray Silvino y dijo:
-Está sabrosísimo. ¡Ya veo que hacéis poca penitencia, hermanos!
Los frailes se quedaron avergonzados. Fray Pirulero llegó con su perola, unas
judías con chorizo. El padre visitador las probó, torció el gesto y dijo:
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