FRAY PERICO Y SU BORRICO FrayPericoYSuBorrico | Page 53
Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
23
· · · · · · · · · · · · · · · · · · ·
Lluvia de tomates
El pobre fraile, de buena gana hubiera echado del huerto a fray Perico; pero
como los tomates estaban en sazón y fray Mamerto, el del huerto, estaba cojo,
de un clavo que se había hincado en el pie, fray Cipriano ordenó a fray Perico
cortar los tomates a toda prisa. Estaban los tomates maduros, y fray Perico
comenzó a tirar los más pasados por encima de la tapia del huerto, por donde
pasaba el camino del pueblo.
La suerte quiso que el primero cayese en el rostro del tío Carapatata que iba
en su caballo; espantóse éste, dio una coz al aire y envió al jinete por encima de
la valla. El tío Carapatata cayó sobre las espaldas de fray Perico, que estaba
agachado sin pensar en lo que se le venía encima, y ¡Dios bendito, la que se
armó!
Fray Perico se levantó deslomado, cogió un tomate maduro y rojo como una
amapola y lo aplastó en la cara sebosa y ancha del tío Carapatata. Éste tomó
otro y lo lanzó al rostro del fraile, pero se agachó fray Perico y el proyectil fue a
parar a los ojos de fray Tiburcio, que venía con una carretilla.
El fraile se enfureció y, tomando del suelo otro de los frutos averiados, lo
lanzó contra el labriego, con tan mala fortuna que fue a estrellarse contra fray
Opas, el cual venía rezando su breviario en compañía de fray Olegario y de fray
Ezequiel.
Los tres religiosos dejaron sus tranquilos rezos por un momento y, enojados
por aquella broma, tomaron los tomates más hermosos que asomaban,
encendidos como brasas, entre las matas y repelieron con ellos la agresión. Fray
Sisebuto cayó al suelo, derribado de un tomatazo; el tío Carapatata, que abría la
boca para reírse con todas sus ganas, se quedó mudo cuando otro tomate se le
incrustó entre los dientes.
En menos que canta un gallo se generalizó la pelea fuera y dentro del
convento, de tal manera que no había árbol ni ventana del que no saliese un
disparo traicionero. Desde lo alto de la torre, fray Balandrán, que había pedido
a fray Perico le atara un cesto bien repleto a la cuerda de la campana, arrojaba
certeramente sus municiones contra el tío Carapatata, el cual tuvo que saltar de
nuevo la tapia y poner pies en polvorosa.
Fray Pirulero lloraba desde la ventana de la cocina, pensando que se quedaba
sin ensalada para todo el año. Y fray Cipriano, el hortelano, veía visiones
contemplando cómo, del cielo despejado y sin una nube, caía una granizada de
tomates.
Todo acabó cuando el padre superior, que, montado en Calcetín, venía de
predicar en el pueblo, se presentó como el Cid Campeador en aquel campo de
moros y cristianos. Los frailes quedaron inmóviles, con las manos en el aire
- 53 -