FAMA N°17 Octubre | Page 51

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necrópolis es limitada: hay que pedir autorización con meses de anticipación y solo pueden ingresar 100 personas por día.
No obstante, y pese a las restricciones, uno no pierde nada con preguntar. Tal fue mi caso. Me enteré de que existía este lugar, consulté a la pintoresca Guardia Suiza dónde quedaba el Uffici Scavi, punto de ingreso, y por obra de la casualidad había lugares disponibles en el selecto grupo de 12 personas que se disponían a ingresar.
Así el intento valió la pena, y pude acceder a ese maravilloso lugar que es atrapante en el más amplio sentido de la palabra. Uno circula por estrechos pasillos subterráneos donde, bajo impresionantes medias de conservación y seguridad, se pueden ver tumbas paganas y cristianas de hace 2000 años. La necrópolis recorre de este a oeste más de 70 metros y uno pasa cerca de una hora y media recorriendo uno de los lugares más sagrados tanto a nivel religioso como histórico. Sea uno católico o no, el sitio conmueve y trasmite una energía muy especial.
Encuentro con la antigüedad El último día decidí guardarlo para recorrer eso que todo mundo conoce de Roma y que la vuelve una ciudad única: el Coliseo, el Palatino y el Foro Romano. Tres gigantes que están emplazados en el medio de la ciudad y circundados por avenidas colmadas de autos y de una modernidad que contrasta y genera un paisaje espléndido.
Según se estima 6 millones de personas visitan el Coliseo al año. Eso es sinónimo de colas eternas y de pérdida de tiempo, por ello la solución es visitar primero el Foro Romano que comparte la entrada con el anfiteatro y con el Palatino y que permite luego evitar colas.
El Foro era la zona en la que se desarrollaba la vida pública y religiosa en la antigua Roma, allí se puede ver la Vía Sacra, el arco de Tito, el templo de Antonino y Faustina: la Curia donde se reunía el Senado romano; y la columna de Foca, que data del 608 d. C. y que con sus 13 metros de altura es una de las pocas que han permanecido en pie.
El entorno es único y lo más interesante del lugar es que luego de ver todo, uno puede cerrar los ojos e intentar imaginar cómo era la vida allí hace más de 20 siglos. El paseo no ofrece el menor aburrimiento y la experiencia es única.
De la misma forma uno recorre el Palatino y se encuentra con restos de las imponentes edificaciones que fueron construidas para la alta sociedad romana en la Antigüedad. Así este monte de la ciudad se convierte en sí mismo un gran museo al aire libre que vale la pena y que antecede al gran Coliseo que en mi caso cerró mi visita a Roma.
Conocido en la antigüedad como Anfiteatro Flavio, ese enorme óvalo de 189 metros de largo por 156 de ancho es lo más espectacular de la ciudad. Sea por la mística que lo rodea o por las numerosas historias que lo tienen como protagonista, el Coliseo impacta y genera sensaciones encontradas. La monumentalidad es sorprendente pero también la energía del lugar es extraña. Al recorrerlo uno se traslada a la época y lo que allí se desarrollaba genera un sentimiento ambivalente.
La estructura parece albergar aún gritos y euforia, pero también sufrimiento y dolor. Y en definitiva eso es Roma, una ciudad maravillosa y monumental que alberga lo mejor y lo peor del pasado. Arquitectura, poderes, Iglesias y monumentos que exhiben una doble cara de la humanidad. La aspiración de grandeza y la capacidad de desarrollo, pero a la vez la crudeza y el sufrimiento que eso implicó y continúa implicando.
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