carretera, y al darse cuenta la gente, pidió que dijesen algo. Se
les hizo rezar tres avemarías. La gente contestó devotamente.
Los niños se despidieron con esta frase: «Ama Virgiña, maite
izan. Agur»15. Digámoslo una vez más, aquella noche cesó el
protagonismo ostentado hasta entonces por los primeros videntes,
y nació el grupo de los segundos videntes.
Aquel mismo día empezaron también los éxtasis y los
fenómenos extraordinarios16. Fue muy llamativo el caso de Patxi
Goikoetxea17. Este día 7 se debe considerar también como el
Anónimo. Los videntes de Ezkioga, s.p.
En los primeros días la aparición era una inducción superior que solo ardía
en la persona de los hermanos Bereciartúa. El día 7 fue como si de la llama de
los primeros videntes hubiera saltado una chispa en un campo de hojas secas
que se incendió en una llamarada mística colectiva..
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El caso de Patxi, a quien pudo observar personalmente Walter Starkie, es quizá
el caso más claro de esta presencia de lo alucinatorio en Ezkioga que denunciará
Bernoville: «De repente hubo una conmoción entre la gente que me rodeaba y oí
que murmuraban: «aquí está el chico de Ataun». Venía rodeado de una escolta
de cuatro jóvenes vestidos de negro, dos a cada lado y dos por delante, portando
antorchas encendidas. Detrás le seguía una gran masa de gente que pugnaba por
mantenerse al lado de él y empujaba a la multitud que permanecía arrodillada en
el camino. El mismo «Chico» no percibía nada; miraba a lo alto hacia el cielo y
alrededor ansiosamente y luego murmuró con voz gruesa: No veo nada. Por un
momento se paró y rezó, y luego se encaminó hacia otro lugar. Todos los que le
rodeaban empezaron a rezar en voz alta; repentinamente, cayó sobre sus rodillas
y permaneció inmóvil durante un largo rato. Luego empezó a gritar las palabras
Ama, ama ama y cayó hacia atrás en los brazos de los dos hombres que iban a su
lado. Su rostro era color cera y su boca permanecía medio abierta como alguien
que está a punto de morir. A pesar de que parecía completamente inconsciente,
sus ojos permanecían abiertos y fijos. Durante gran tiempo se mantuvo sin
movimiento, en los brazos de sus dos compañeros, y de repente, como impulsado
por una fuerza sobrehumana, se alzó en el aire y murmuró algunas palabras
antes de caer nuevamente hacia atrás. El trance duró, en su totalidad, unos
tres cuartos de hora y entonces fue llevado, aún inconsciente, colina abajo,
a la casa del viejo Simón, siendo colocado en la cama, en la habitación en la
que el cura y el médico estaban esperando. Con gran dificultad me las arreglé
para permanecer cerca de los cuatro jóvenes portadores y los acompañé en la
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