la Virgen de Ezkioga con la Republica fue, sin duda, el Párroco
Amundaráin.
Ciertamente, D. Antonio fue imprudente actuando desde el
principio cual si las apariciones fueran verdaderas. Seguramente
la gente siguió a ciegas el ejemplo del Párroco. Y ¿si las apariciones
resultaban falsas? ¿Dónde quedaba la autoridad de la Iglesia?
Esa fue durante años la cruz de D. Antonio. ¿Habría lanzado
imprudentemente a la gente tras el fantasma de una aparición
falsa? Podemos suponer que la actuación de D. Antonio estuvo
condicionada por su tierna devoción a la Virgen. Seguramente
creyó, por interior iluminación, que era un deber del pastor
presentarse con prontitud en el lugar donde la Madre venía a
encontrar a sus hijos necesitados.
Según una tradición local, doce labradores acompañaron al
grupo formado por los dos niños y el Párroco. Había comenzado
ya la afluencia de fieles al lugar de las apariciones que en pocas
semanas traería decenas de miles de peregrinos. El día 3 los niños
ven de nuevo a la Virgen en presencia del párroco y un coadjutor.
El día 4 hay ya más de 500 personas cerca del robledal. Cuatro
personas más tienen visiones en ese día. Y, por primera vez hay
un milagro de conversión. Lo singular del día consistió en que
el protagonismo ostentado por los niños desde el 30 de junio al
3 de julio, pasó al rosario dirigido por el sacerdote. Los niños
contagiaban a la gente su deseo de orar, y algunos de los presentes
piden, el día 3, al capellán de Zumárraga dirija el rezo del rosario
en voz alta y así se inicia una práctica que se repetirá luego todos
los días. El rosario había de ser la práctica devocional que mejor
respondía a la voluntad de la Virgen de orar por la situación
que venía a remediar. Posteriormente la multiplicación de las
aclamaciones y de las preguntas a la Virgen, los desvanecimientos,
las profecías, las visiones, etc., hicieron de las aglomeraciones de
Ezkioga, unas verdaderas primeras celebraciones carismáticas
del Catolicismo en el siglo XX.
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