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Para lanzarse al vacío y volar en parapente no solo se requiere una corriente de viento y un fuerte impulso; también se necesita de mucho valor y nervios de acero. Con solo saltar desde la cima de la montaña, la vela de 11 metros eleva al aventurero a merced del viento. En los primeros minutos, la piel se eriza y se siente un cosquilleo en el cuerpo. Lo importante, según los expertos, es conservar la calma. Al poco tiempo la serenidad del cielo y la compañía de las aves convierten a la aventura en una experiencia única y relajante. Desde las alturas, a 3 000 y 4 000 metros de altitud en Chimborazo, se observan los parajes naturales. En 14 sitios de siete cantones de la provincia se puede practicar el parapente.

Los lugares preferidos son aquellos que por su ubicación geográfica permiten ‘cazar’ corrientes de viento cálido, que emergen del suelo tras una noche lluviosa y elevan al parapentista sobre las nubes. Eso ocurre en sitios como las faldas del volcán Chimborazo, Penipe, Alausí, Cacha, la Laguna de Colta, entre otros. Cuando hay un buen clima, los vuelos pueden durar hasta 80 minutos. Una locación predilecta es Suncamal, en Pallatanga. Allí el parapente se combina con otros deportes como el trekking y el camping. Para llegar a las cumbres, que se convierten en pistas de despegue, hay que recorrer senderos naturales que atraen por sus colores, los árboles y el paisaje. Allí hay vegetación nativa, se pueden avistar aves como tórtolas, mirlos… también hay cascadas y riachuelos. Los 30 integrantes del Club de Parapente Chimborazo se dedicaron a recorrer y ubicar los mejores escenarios para este deporte. Se usan equipos similares a del paracaidismo que valen entre USD 2 500 y 5 000. Incluyen una silla ergonómica, un ala de tela impermeable, un casco y un equipo de radio. El turista puede acceder a un curso básico de vuelo que cuesta USD 350 e incluye el uso del equipo profesional. Lo primero que los estudiantes aprenden es a asegurarse al equipo. Cada kit de vuelo tiene un arnés con correas para las piernas y el pecho. Luego, los deportistas conocen cómo atrapar una corriente de viento para que los impulse a la altura. “Para aprender a volar primero hay que aprender a caer”, dice Daniel Haro, de 30 años. “Lo más difícil es templar la vela, hay que sujetarla fuerte para que la fuerza del viento no arrastre al piloto”.

Nada se compara con este deporte. Cuando vuelo me siento libre, no pienso en nada más. Los problemas, el estrés de la rutina, el trabajo, todo se olvida cuando se es libre en el cielo”, describe Daniel Haro, un apasionado del parapente. Uno de sus paisajes preferidos es el de Tunshi, ubicado en la vía a Chambo, a 10 minutos de Riobamba. Allí, los miembros del Club disponen de una pista en la cima del cerro, ideal para quienes se animan a volar por primera vez.

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