terremotos o enfermedades hasta tiranos. Pero también nuestra libertad es una fuerza
en el mundo, nuestra fuerza. Si hablas con la gente, sin embargo, verás que la mayoría
tiene mucha más conciencia de lo que limita su libertad que de la libertad misma. Te
dirán: «¿Libertad? ¿Pero de qué libertad me hablas? ¿Cómo vamos a ser libres, si nos
comen el coco desde la televisión, si los gobernantes nos engañan y nos manipulan,
si los terroristas nos amenazan, si las drogas nos esclavizan, y si además me falta
dinero para comprarme una moto, que es lo que yo quisiera?» En cuanto te fijes un
poco, verás que los que así hablan parece que se están quejando pero en realidad se
encuentran muy satisfechos de saber que no son libres. En el fondo piensan: «¡Uf!
¡Menudo peso nos hemos quitado de encima! Como no somos libres, no podemos
tener la culpa de nada de lo que nos ocurra...» Pero yo estoy seguro de que nadie
—nadie— cree de veras que no es libre, nadie acepta sin más que funciona como un
mecanismo inexorable de relojería o como una termita. Uno puede considerar que optar
libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil (entrar en una
casa en llamas para salvar a un niño, por ejemplo, o enfrentarse con firmeza a un
tirano) y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se
prefiere lo más fácil, es decir esperar a los bomberos o lamer la bota que le pisa a uno
el cuello. Pero dentro de las tripas algo insiste en decirnos: «Si tú hubieras querido...»
Cuando cualquiera se empeñe en negarte que los hombres somos libres, te
aconsejo que le apliques la prueba del filósofo romano. En la antigüedad, un filósofo
romano discutía con un amigo que le negaba la libertad humana y aseguraba que
todos los hombres no tienen más remedio que hacer lo que hacen. El filósofo cogió
su bastón y comenzó a darle estacazos con toda su fuerza. «¡Para, ya está bien, no me
pegues más!», le decía el otro. Y el filósofo, sin dejar de zurrarle, continuó
argumentando: «¿No dices que no soy libre y que lo que hago no tengo más remedio
que hacerlo? Pues entonces no gastes saliva pidiéndome que pare: soy automático.»
Hasta que el amigo no reconoció que el filósofo podía libremente dejar de pegar, el
filósofo no suspendió su paliza. La prueba es buena, pero no debes utilizarla más que
en último extremo y siempre con amigos que no sepan artes marciales...
En resumen: a diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres
podemos inventar y elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que
nos parece bueno, es deci r, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece
malo e inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que
es algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que
parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber
vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que
llaman ética. De ello, si tienes paciencia, seguiremos hablando en las siguientes
páginas de este libro.
«¡Y si ahora, dejando en el suelo el abollonado escudo y el fuerte casco y
apoyado la pica contra el muro, saliera al encuentro del inexorable Aquiles, le dijera
que permitía a los Atridas llevarse a Helena y las riquezas que Alejandro trajo a Ilión
en las cóncavas naves, que esto fue lo que originó la guerra, y le ofreciera repartir a
los aqueos la mitad de lo que la ciudad contiene y más tarde tomara juramento a los
troyanos de que, sin ocultar nada, formasen dos lotes con cuantos bienes existen
dentro de esta hermosa ciudad?... Mas ¿por qué en tales cosas me hace pensar el
corazón?» (Homero, Ilíada).
«La libertad no es una filosofía y ni siquiera es una idea: es un movimiento
de la conciencia que nos lleva, en ciertos momentos, a pronunciar dos monosílabos:
Sí o No. En su brevedad instantánea, como a la luz del relámpago, se dibuja el signo
contradictorio de la naturaleza humana» (Octavio Paz, La otra voz).
«La vida del hombre no puede "ser vivida" repitiendo los patrones de su
especie; es él mismo —cada uno— quien debe vivir. El hombre es el único animal que
puede estar fastidiado, que puede estar disgustado, que puede sentirse expulsado del
paraíso» (Erich Fromm, Ética y psicoanálisis).
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