a otras, el único en el que de veras se puede vivir bien— sea. Supongo que posible
la desesperación del ciudadano Kane al final de su vida no provenía simplemente de
haber perdido el tierno conjunto de relaciones humanas que tuvo en su infancia, sino
de haberse empellado en perderlas y de haber dedicado su vida entera a estropearlas.
No es que no las tuviera sino que se dio cuenta de que ya ni siquiera las merecía...
Pero al multimillonario Kane seguro que le envidiaba muchísima gente, me
dirás. Seguro que muchos pensaban: «Ése sí que sabe vivir!» Bueno, ¿y qué?
¡Despierta de una vez, criatura! Los demás, desde fuera, pueden envidiarle a uno y no
saber que en ese mismo momento nos estamos muriendo de cáncer. ¿Vas a preferir
darle gusto a los demás que satisfacerte a ti mismo? Kane consiguió todo lo que
había oído decir que hace feliz a una persona: dinero, poder, influencia,
servidumbre... Y descubrió finalmente que a él, dijeran lo que dijeran, le faltaba lo
fundamental: el auténtico afecto, el auténtico respeto y aun el auténtico amor de
personas libres, de personas a las que él tratara como personas y no como a cosas.
Me dirás a lo mejor que ese Kane era un poco raro, como suelen serlo los
protagonistas de las películas. Mucha gente se hubiera sentido de lo más satisfecha
viviendo en semejante palacio y con tales hijos. La mayoría, me asegurarás en plan
cínico, no se hubiera acordado del trineo «Rosebud» para nada. A lo mejor Kane
estaba chalado ... ¡mira que sentirse desgraciado con tantas cosas como tenía! Y yo
te digo que dejes a la gente en paz y que sólo pienses en ti mismo. La buena vida que
tú quieres es algo así como la de Kane. ¿Te conformas con el plato de lentejas de
Esaú?
No respondas demasiado de prisa. Precisamente la ética lo que intenta es
averiguar en qué consiste en el fondo, más allá de lo que nos cuentan o de lo que
vemos en los anuncios de la tele, esa dichosa buena vida que nos gustaría pegarnos.
A estas alturas ya sabemos que ninguna buena vida puede prescindir de las cosas
(nos hacen falta lentejas, que tienen mucho hierro), pero aún menos puede pasarse de
personas. A las cosas hay que manejarlas como a cosas y a las personas hay que
tratarlas como personas: de este modo las cosas nos ayudarán en muchos aspectos
y las personas en uno fundamental, que ninguna cosa puede suplir, el de ser
huma n o s. ¿Se trata de una chaladura mía o del ciudadano Kane? A lo mejor ser
humanos no es cosa importante porque queramos o no ya lo somos sin remedio...
¡Pero se puede ser humano-cosa o humano-humano, humano simplemente
preocupado en ganarse las cosas de la vida, todas las cosas, cuanto más cosas, mejor
y humano dedicado a disfrutar de la humanidad vivida entre personas! Por favor, no
te rebajes; deja las rebajas para los grandes almacenes, que es lo suyo.
Estoy de acuerdo en que muchos a primera vista no le conceden demasiada
importancia a lo que estoy diciendo. ¡Son de fiar? ¿Son los más listos o simplemente
los que menos atención le prestan al asunto más importante, a su vida? Se puede ser
listo para los negocios o para la política y un solemne borrico para cosas más serias como lo de vivir bien o no. Kane era enormemente listo en lo que se refería al dinero
y la manipulación de la gente, pero al final se dio cuenta de que estaba equivocado en
lo fundamental. Metió la pata en donde más le convenía acertar. Te repito una palabra
que me parece crucial papa este asunto: atención. No me refiero a la atención del
búho, que no habla pero se fija mucho (según el viejo chiste, ya sabes), sino a la
disposición a reflexionar sobre lo que se hace y a intentar precisar lo mejor posible el
sentido de esa «buena vida» que queremos vivir. Sin cómodas pero peligrosas
simplificaciones, procurando comprender toda la complejidad del asunto este de vivir
(me refiero a vivir humanamente), que se las trae.
Yo creo que la primera e indispensable condición ética es la de estar
decididos a vivir de cualquier modo: estar convencido de que no todo da igual aunque
antes o después vayamos a morirnos. Cuando se habla de «moral» la gente suele
referirse a esas órdenes y costumbres que suelen respetarse por lo menos
aparentemente y a veces sin saber muy bien por qué. Pero quizá el verdadero
intríngulis no esté en someterse a un código o en llevar la contraria a lo establecido
(que es también someterse a un código, pero al revés) sino en intentar comprender.
Comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no, comprender
de qué va la vida y qué es lo que puede hacerla «buena» para nosotros los humanos.
Ante todo, nada de contentarse con ser tenido por bueno, con quedar bien ante los
demás, con que nos den aprobado... Desde luego, para ello será preciso no sólo
fijarse en plan búho o con timorata obediencia de robot, sino también hablar con los
demás, dar razones y escucharlas. Pero el esfuerzo de tomar la decisión tiene que
hacerlo cada cual en solitario: nadie puede ser libre por ti.
De momento te dejo dos cuestiones para que vayas rumiando. La primera es
ésta: ¿por qué está mal lo que está mal? Y la segunda es todavía más bonita: ¿en qué
consiste lo de tratar a las personas como a personas? Si sigues teniendo paciencia
conmigo, intentaremos empezar a responder en los dos próximos capítulos.
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Vete leyendo...
«Es la debilidad del hombre lo que le hace sociable; son nuestras comunes
miserias las que inclinan nuestros corazones a la humanidad; si no fuésemos hombres,
no le deberíamos nada. Todo apego es un signo de insuficiencia: si cada uno de
nosotros no tuviese ninguna necesidad de los demás, ni siquiera pensaría en unirse
a ellos. Así de nuestra misma deficiencia nace nuestra frágil dicha. Un ser
verdaderamente feliz es un ser solitario: sólo Dios goza de una felicidad absoluta; pero
¿quién de nosotros tiene idea de cosa semejante? Si alguien imperfecto pudiese
bastarse a sí mismo, ¿de qué gozaría, según nosotros? Estaría solo, sería desdichado.
Yo no concibo que quien no tiene necesidad de nada pueda amar algo: y no concibo
que quien no ame nada pueda ser feliz» (Jean-Jacques Rousseau, Emilio).