¡Ay jijuepuerca, mija! Levántese y apúrele que me deja la flota, ¿ya me alistó el algo pa’ la muela? Échemelo en el porta con una botella de chicha pa’ la sed y otra de guarapo pa’l viaje, recuerde que allá todo es mucho lo caro; empáqueme los chiros pa’ cambiarme y las alpargatas negras; además, largue esa hoja pa’ escribir dónde vive el compa’e. ¿Ya están listas las hormigas pa’ la venta? Y ¿el encargo pal muchacho? Arecuérdese que la trocha está mala por la lluvia y con esa cáchira destartalada dicen que le está fallando el motor, y que son cuatro horas de viaje pa’ llegar a la ciudad, pero uno nunca sabe.
El viaje… Este mismo que hago todos los años en el mes de marzo, antes de Semana Santa cuando las hormigas comienzan a salir de sus hoyos. Eso sí, las de tierra amarilla, esas son la juenas; luego de hibernar salen a buscar los rayitos de sol pa’ calentarse y aparearse, salen como arroz y como uno no es tonto las coge, les saca las alas, eso sí, sin dejarse picar ya que con una mordedura se ven estrellitas, la mano se pone como globo, se hincha… Aunque con los años uno se acostumbra, y ahí sí pa’ el fogón, ya que solo se comen si están bien tostaditas.
Antes los sutes me ayudaban a cogerlas, el pico de botella calentao al sol en la jeta del hoyo, y ¡listo! Las echaban al costal. Las que salían del cementerio eran las mejores, pero la gente por pendejada decía que ¡no! Que esas no se podían comer y tocó no volverlas a coger de allá. Con los años, cada vez de los sutes se recibe menos ayuda; los mayores porque ya volaron fuera del nido y los pequeños se la pasan pegados al televisor, porque estudiar no les gusta mucho. En cambio en la época de uno, estudiar era un privilegio, yo escasitamente sé leer, claro, firmar y las matemáticas sumar, restar, pa’ no dejarse tumbar.
Figura 2. Recuperado de: www.vanguardialiberal.com