colocó en el paraíso de la buena acción, el santo reino del Poder. El cuarto paso
que dio el espíritu del Hijo de la Luz lo colocó en la Luz infinita.
El Padre Celestial conoce los corazones de los Hijos de la Luz, pues la herencia
de ellos será eterna; durante los tiempos adversos, ellos no temerán y en los
días de hambre, serán saciados, porque la fuente de Vida está con ellos y el
Padre Celestial no abandona a sus hijos. Sus espíritus tendrán hálito de Vida
por siempre y siempre y sus cuerpos recibirán la Vida eterna.
Bendiciones a los Hijos de la Luz que han echado sus suertes con la Ley y que
verdaderamente caminan por todos sus senderos, que la Ley los bendiga con
toda clase de bondades y los guarde de todo mal e ilumine sus corazones con el
conocimiento profundo de las cosas de la vida y los favorezca con el
conocimiento de las cosas eternas.
LOS ARBOLES.
Ve hacia los árboles de gran altura, y ante uno de ellos,
que sea hermoso, alto y fuerte, di estas palabras:
Salve a ti, oh árbol generoso y viviente, hecho por el Creador.
En los días de la antigüedad, cuando la creación era reciente, la Tierra estaba
llena de árboles gigantescos, cuyas ramas se remontaban sobre las nubes,
donde habitaron nuestros primeros padres, que caminaban con los ángeles y
vivían por la Ley Santa.
A la sombra de sus ramas todos los hombres vivían en Paz y poseían la
Sabiduría y el conocimiento, lo mismo que la revelación de la Luz infinita.
Y a través de las selvas terrestres fluía el Río Eterno y en el centro estaba el
Arbol de la Vida que para ellos no estaba oculto. Ellos comían de la mesa de la
Madre Tierra y dormían en los brazos del Padre Celestial y su alianza con la Ley
Santa era eterna.
En aquella época los árboles eran hermanos de los hombres y su altura era
grande, tan dilatada como el río Eterno que fluía incesantemente desde la
Fuente desconocida.
Ahora el desierto abraza la tierra con arena caliente y los árboles gigantescos
son polvo y cenizas y el río anchuroso es un charco fangoso.
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